¿Alguna vez os habéis preguntado que ocurriría si el hijo de dos dioses tuviese que convivir y adaptarse a nosotros? Unos simples mortales.
¿Y si esos no fuesen dioses cualquiera, si no que eran aquellos cuya singularidad es tan propia como la forma que tienen de criar a sus hijos? ¿Cómo soportaría el hijo de estos dioses la vida en la actualidad?
Pues bien, ahora lo sabréis, porque estoy a punto de contaros su historia, bueno, o la mía, o... la nuestra, si así lo preferís.
Todo comenzó hace 17 años, cuando Hipnos, el dios del sueño, y Nyx, la diosa de la noche, decidieron tener un hijo.
Cabe explicar que los dioses no conciben hijos de la misma manera que los humanos. En lugar de ello, su descendencia es a menudo producto de su propia voluntad divina o de su naturaleza primordial.
En el caso de Morfeo, se dice que nació como uno de los Oneiroi, los dioses primordiales de los sueños, y por lo tanto, este nació como una personificación del sueño y la capacidad de dar forma a los sueños en el mundo humano.
Pero, como ya sabréis, a los dioses nunca se les dio bien ocuparse de sus hijos, sino que la mayoría de las veces tenían poco o ningún papel en la crianza de ellos, ya que estaban ocupados con sus propios asuntos relacionados con el gobierno del cosmos.
En lugar de eso, eran criados por otros seres, a veces ninfas, en ocasiones centauros... ya sabéis, dependiendo.
Pero en este caso sus padres decidieron que Morfeo crecería en una familia de humanos, aunque recibiendo un entrenamiento adecuado para potenciar sus habilidades como dios.
Así podría convertirse en un ser muy poderoso, sin tener la soberbia de la que a menudo pecaban los dioses.
Y así sucedió: el 13 de julio de 2006 una pequeña criatura se hizo presente de la forma que más le caracterizaba en la vida de quienes se convertirían en sus madres.
Una cálida noche, un matrimonio formado por dos mujeres llamadas Calista y Althea salía a pasear bajo el comienzo de una ligera y agradable brisa.
Tras largas horas de conversaciones interminables, estas llegaron por fin a su pequeño hogar, una casita en la que pusieron todos sus ahorros y esfuerzos. Y tras mucha actividad en el día, decidieron meterse en la cama, en la cual quedaron dormidas casi al instante.
Althea al poco rato comenzó a soñar, mientras que Calista se despertó a tomar un vaso de leche caliente, debido a que padecía de un insomnio que, aunque intermitente, era horrible.
Althea soñaba y soñaba, estaba inmersa de tal manera en su sueño, que parecía tan real que casi pudiese tocarse, y todo el sueño en sí giraba entorno a una sola idea constante.
Un niño.
La idea de cómo ellas dos tenían la suerte de criarle, de quererle, de cuidarle, le complacía más que nada en el mundo.
Y entre tan increíble deseo, despertó.
Al abrir los ojos, se puso sus zapatillas y acudió junto a su esposa, quién sorprendentemente se encontraba con un niño entre los brazos.
Ella le explicó que mientras bebía su vaso de leche, empezó a escuchar un llanto, y siguiendo el estruendo, le encontró bajo la intemperie de la noche en el patio, junto con una carta que exponía la situación del muchacho.
Ellas gozosamente y sin ningún tipo de duda aceptaron y criaron al niño de la mejor forma que supieron, con un amor inmarcesible.
Morfeo creció feliz bajo los entrenamientos que los dioses habían encomendado a sus madres, y a su vez recibiendo la educación de un niño de su edad yendo al colegio.
El problema se presentó cuando aquel niño inocente entró en la adolescencia, y todas las virtudes que creía tener fueron transformándose en diversos excesos y vicios.
Sus madres hicieron de todo por ayudarle, pero sin embargo él nunca se dejó ayudar, a lo que ellas solo pudieron responder limitando su acceso al dinero.
A lo que él tristemente solo pudo reaccionar sacándole provecho a sus dotes como dios.
Morfeo comenzó un negocio de tráfico de sueños.
Pronto se corrió la voz de las cosas que podía realizar y comenzó a conseguir dinero de la forma más bonita y triste según quien lo desease.
Los sueños son lo más personal que tiene una persona, son sus ambiciones, sus metas, las cosas más privadas guardadas en los rincones de su mente, que incluso en ocasiones no sabemos ni nosotros mismos.
Pues él decidió que si podía acercar a las personas a eso que tanto ansiaban, podría sacar una compensación económica de esto.
Su comercio fue aumentando ampliamente y pudo meterse en los sueños de prácticamente todos los chicos de su instituto.
Hasta que un día se le acercó una chica, la cual nunca había acudido a él.
Su belleza era propia de un ser sobrenatural, sus ojos eran de un verde cristalino en el que podías verte reflejado, y sus labios eran tan irresistibles que estaba seguro de que ningún mortal podría besarlos sin fallecer tras el intento.
Pero ella era completamente diferente al resto.
No podía descifrarla, era como un laberinto sin entrada ni salida, todo un misterio para él.
Se quedó paralizado tras escuchar la musicalidad de su voz salir al exterior y dirigirse hacia su persona.
La muchacha le pidió que penetrase en sus sueños, pero con una singularidad, le ofreció una cantidad inmensa de dinero y no le dijo que debía de buscar o hacer, simplemente debía realizarlo.
Al llegar la noche ella fue a dormir, y por lo tanto él procedió a adentrarse en esa mente que tanto le intrigaba.
Pero sin embargo, le ocurrió algo que nunca se hubiese planteado.
Todo se tornó de color negro. Morfeo se encontraba ante el mayor bloqueo jamás vivido hasta el momento, no sabía qué hacer y tras muchos intentos, finalmente se dio por vencido y dejó de intentarlo.
A la mañana siguiente fue a hablar con la chica, de la que por cierto desconocía hasta su nombre.
Él le pidió disculpas y le prometió que no descansaría hasta poder cumplir con su cometido, y si no lo conseguía, le devolvería su dinero.
Ella rápidamente se rindió, le dijo que podía quedarse con el dinero, que simplemente valoraba el esfuerzo, y que no tenía por qué ponerle tanta insistencia.
Esto a Morfeo le acabó de romper por completo los esquemas, y le hizo poner más empeño aún en conseguir lo que la chica le había pedido.
Era tal su decepción que le devolvió su dinero y decidió hacerlo desinteresadamente.
Pasó noche tras noche intentándolo una y otra vez, pero no importaba todo el esfuerzo que pusiese, siempre resultaba en vano.
La parte positiva era que a medida que pasaba el tiempo, la relación entre estos dos se iba forjando. Ella le dijo su nombre, era Thanatos y le contó que de hecho era en honor a una diosa, lo que a él le dejó más perplejo todavía.
Los días transcurrieron e irrevocablemente terminaron enamorándose.
Una noche, al intentar entrar de nuevo en los sueños de ella algo había cambiado, ya no era todo de color negro, sino que en la infinitud de aquel angustioso lugar parecía verse un punto de luz.
Esto motivó mucho a Morfeo, y aunque le dio muchas esperanzas, decidió que era mejor no comentárselo aún, pretendiendo darle una sorpresa, ya que si había habido avances, había posibilidades de poder cumplir finalmente con su objetivo.
Noche tras noche siguió intentándolo, hasta que una de ellas decidió pasarla a su lado, disfrutando de su realidad, del gusto de poder presenciar tal placer como podía ser acariciar su piel, ya que de acariciar su psique no era capaz.
El sentimiento era demasiado fuerte, y aquella noche el pequeño dios y la misteriosa mortal pecaron de vicios carnales.
Morfeo dedicó toda la sensiblidad que en él residía para poder cumplir los delicados estándares que ella merecía.
Le desprendió toda la ropa que llevaba y se fundieron en un solo cuerpo.
Sus dedos recorrieron todo su cuerpo, que para su sorpresa fueron a parar en las montañas de relieve que se hallaban en su piel.
La partida al tres en raya a la que podía jugarse en sus brazos y muslos.
Las besó, pero no las comprendió.
Él había estudiado anatomía, conocía la fisionomía de una mujer, y jamás había escuchado hablar de tales cosas.
Así es que sin darle más importancia, con toda la pureza que en su ser habitaba, las besó y no vaciló ni un instante en admirarlas.
Al día siguiente ella no acudió a clase y no podía evitar pensarlo, ¿qué era aquello?
Así es que se dispuso a ir a la biblioteca, encendió un ordenador y se dispuso a investigar.
Para su sorpresa, las atrocidades que leyó le horrorizaron a tal punto que no pudo contener su desayuno en su estómago.
Saltó el muro del instituto y corrió.
Corrió y corrió sin parar hasta llegar a la casa de ella, pero no estaba, solo encontró un mensaje en su espejo escrito con pintabios.
Gracias por haberle dado sentido a mi existencia, ojalá hubiesemos podido encontrarle un fin a esto. Descansaré junto a la cabaña del parque para que así podáis comprender lo que nunca supe explicar. Te quiero, Morfeo, y en un mundo en el que no hubiese estado tan rota, quizás en el que me encuentre cuando leas esto, te hubiese enseñado que no hace falta dinero a cambio para entrar en los sueños de alguien, pues tú podrías haber sido el protagonista de cada uno de los míos.
Nadie pudo pararle, sus piernas cobraron una vida aparte de su cuerpo poseídas por sentimientos que jamás le hubiese deseado a nadie.
Finalmente llegó, pero la dureza de cómo la persona que amaba observaba mi cuerpo sin vida es demasiado para cualquiera que pueda escucharlo, igual que lo fue para todo el que lo presenció.
Sus delicadas manos quitaron la soga de mi cuello y acariciaron el color morado de mi piel.
Sus lágrimas le hacían competencia al lago que estaba a nuestro lado.
Al menos, pudo comprender el foco de su frustración, y supo entonces que el color negro de mis sueños no era procedente de que hubiese perdido facultades, sino de que procesar el anhelo de querer morir era físicamente imposible, puesto que si no estás muerto, no puedes saber qué te depara.
Y aquel punto de luz, mi vida, no se si llegaste a comprenderlo pero fuiste tú.
Enloqueció.
Agarró mi mano y sosteniendo mis delicadas uñas puntiguadas de porcelana se hizo incisiones en su piel hasta hacerle un concurso a mis heridas sobre quién ganaría la partida.
Finalmente procedió a cogerme en brazos y seguir mis pasos.
Compartimos amor, compartimos pasión y los dos sufrimos las consecuencias de una decisión mal tomada.
Metió su blanco cuello en la soga, y terminó lo que yo nunca debí de empezar.
Y así, un dios enviado a la tierra para evitar las desdichas de los
suyos, terminó pagando el precio de los desvaríos de los míos.
FIN