lunes, 28 de octubre de 2019

Condiciones de Luna: El haz ambivalente (Andrea González)



Nuestro Club de Lectura y Taller Literario continúa, como la Luna a la que se consagra este año, atravesando fases y espacios. Hay que veces que tenemos que demorar nuestra reunión una semana; pero es para volver con más brío y entusiasmo a nuestras cosas. Así se nos vio este viernes pasado.

Y este es uno de los textos que nos regala de vez en cuando Andrea, nuestra querida @disomnia:

 EL HAZ AMBIVALENTE

Me quedé embriagada al instante en cuanto noté aquellas telas etéreas del anochecer envolviéndome en la suavidad del monte.

El ritmo de mis latidos se acompasó en cuestión de segundos con el ruido de la callada guadaña que asomaba entre los sauces.

El bosque consumía todo el aire al que yo podía aspirar, e incluso los búhos tenían dificultades para respirar el ambiente. Una niebla espesa acaparaba toda mi vista, vagos fantasmas rondaban fuera y dentro de mi pecho.

Entre todos ellos, se alzó la única damisela cuyo caballero era una estrella. Saludó con gracia, su cola iluminando el valle a su paso; sábanas de plata engullendo todos los cantos nocturnos.

El manto que me cubría esta vez no lo hacía con cariño. Me llenaba de polvo, me acogía con frialdad, pretendiendo hacer callar toda la humildad con la que yo conocía el cielo.

Y desde ahí me contemplaba ella. Una joven acorazada; cuyos suspiros se llevaba el viento, con el corazón roto por la luz del día.

Apiadándose de la única condición que compartíamos. Preguntándonos por qué su dolor era vida, y el mío una simple sonrisa.

sábado, 12 de octubre de 2019

Condiciones de Luna: Autobiografía Lunar





Este curso, la actividad de nuestro Club de Lectura / Taller Literario se cruza felizmente con el Proyecto Steam del centro: ambos tratan sobre la Luna.


En nuestra primera sesión, para abrir boca, este coordinador trató de hacer memoria de sus recuerdos infantiles sobre la Luna. Y salió algo como esto:

*


Ser niño y luego padre es estar dos veces en el mismo lugar. Allí conocí a la Luna. Jugábamos a atraparla entre los dedos, tan cercana en apariencia, hermana de las farolas y del mínimo sol del poniente. A veces, uno la buscaba y no aparecía. La luna no está, dijo el mayor. Se la habrán llevado los pájaros. 

En los largos viajes en coche, yo me sentaba en el asiento de atrás, la mirada viajera a través del cristal. Y no pude evitar observar que la Luna nos seguía, puntual, por largo que fuera el viaje. A veces, pensaba si un cambio de sentido o una curva podrían despistarla, o al menos hacer que apareciera en otro lugar del cielo. Pero no. O sí. La observación era variable, como la Luna misma, y abundaban los peros. Las carreteras subían y bajaban y los edificios, que habíamos dejado atrás al comienzo del viaje, volvían a aparecer de cuando en cuando, volviéndose lentos y sólidos en el tramo final. 

En la televisión, mi programa infantil favorito hablaba de ella. Un globo, dos globos, tres globos. / La luna es un globo que se me escapó. / Un globo, dos globos, tres globos. / La Tierra es el globo donde vivo yo. Eran versos (lo supe luego) de GloriaFuertes, aquella poeta extraordinaria que aparecía en la tele sin ser joven ni guapa; pero que al cabo de un rato de escucharla te conquistaba con su deliciosa retranca. Me llamo Gloria Fuertes y tengo ochenta años; que es algo que puede pasarle a cualquiera…

(Y, en verdad, la Luna se escapa. Cada año se aleja unos centímetros de la Tierra. Un cambio imperceptible para nosotros, pero significativo si uno piensa en miles o millones de años. En las Cosmicómicas de Italo Calvino, el narrador recuerda cuando la Luna estaba tan cerca de la Tierra que uno podía pasar en escalera de la una a la otra; o en barca, aprovechando el efecto ingrávido que producía la confluencia de ambos astros, cada uno tirando para sí con su campo gravitatorio, de modo que si uno era ducho, podía navegar por aquella zona anfibia y ambigua.)

En el colegio, los mayores nos inducían su fobia visceral, tan cutre y tan madrileña, contra todo lo catalán a través de una canción tradicional, convenientemente brutalizada: Quisiera ser tan alto / como la Luna / para poner los cuernos / a Cataluña. En la versión original, el cantante deseaba ser tan alto como la Luna (How high the moon!) para ver los soldados de Cataluña, soldados que se hacían presentes a continuación, en singular: De Cataluña vengo, / de servir al rey, / con licencia absoluta / de mi coronel. Viejas historias, siempre actuales por desgracia, sobre patrias y lealtades en conflicto, en las que la Luna actuaba de figurante; dominando a pesar de eso la canción con su charme.

Luna lunera, cascabelera…, se escuchaba también uno cantando. Tiempo después, una buena amiga nos revelaría el resto de la estrofa, tal como aparece en algún cuento popular: …debajo de la cama / tienes la cena. El héroe del cuento llega a la casa de la Luna desesperado por encontrar cierto Palacio, en el que vive la chica de sus sueños, pero que nadie parece haber visto. Alguien le dice que si el Palacio existe, la Luna ha tenido que verlo. Así que se planta en casa de la Luna. Por suerte para él, un pariente bondadoso de la Luna le advierte que esta tiene muy malas pulgas y que cuando vuelve de su ronda nocturna lo primero que hace es olfatear, por si se hubiera colado algún mortal en su casa; si lo encuentra, se lo come de inmediato. Así que entre los dos le preparan a la Luna una comida opípara (debajo de la mesa tienes la cena); solo cuando está ahíta, sale de su escondite el héroe y le pregunta a la Luna si ha visto el palacio de marras. (Y sí.)