Yo corría mientras aquel desconocido me perseguía.
Acababa de salir de casa, eran las once de la noche y todo
estaba oscuro, solo quería reunirme con un amigo y charlar sobre nuestras
cosas. Pero en cuanto crucé la esquina, alguien con un paso ligero se dispuso a
perseguirme, y cuanto más deprisa iba yo, más rápido iba él.
Una vez que giré la cabeza para ver quién era, me asusté aún
más, ya que iba encapuchado, por lo tanto era imposible ver su cara y, además,
su figura no me resultaba familiar.
Era una gran ciudad, por lo tanto no conocía muy bien sus
calles y finalmente me encontré en un callejón sin salida.
Aquella persona me sujetó las manos, y me dijo que no tenía
intención de hacerme daño, solo quería hablar conmigo.
Empezó diciéndome su nombre y apellidos, ¿por qué tenía mi
mismo apellido? Se lo pregunté una y otra vez y su respuesta era siempre la
misma:
—¿En serio no te acuerdas de mí?
Empecé a recordar, veía imágenes sueltas de mi infancia, mis
primeros pasos eran con él y mis primeras palabras también.
Lo único que se me ocurrió es que era mi padre, ya que hace poco tiempo mi
madre me dijo que cuando yo tenía cuatro años él tuvo que marcharse a otro país
para conseguir algo de dinero pero no supo nada más sobre él.
Él comenzó a darme detalles, me sonaba su hablar, y su forma
de expresión era similar a la mía.
Finalmente concluyó diciéndome que era mi padre y yo, entre
lágrimas, le abracé.
Antes de irse me dijo que no se lo tenía que decir a nadie.
Los días pasaron, pero no pude contenerme más y se lo conté
a mi madre.
Ella, disgustada, llamó a mi abuela paterna
Yo le preguntaba una y otra vez a mi madre la razón de aquel
disgusto, y mi madre consiguió explicarme que debido a un malentendido los
directores de su empresa lo buscaban para matarlo.
Yo no me lo podía creer. Pero justo cuando mi padre abrió la
puerta de casa, sonó el despertador.