sábado, 27 de junio de 2020

Luna hiena (Sergi Barrabí)

(Fergus Hall, Tarot of the Witches)

Luna hiena

Observa a través de la corteza del alma,
se esconde entre intermitencias, respira...
Ausentes agentes que cubren la nada,
fallece su mirada cuando llega la vida,
mira fría cómo todo descansa,
cubriendo los sueños de un manto blanco,
acaricia los miedos de la madrugada...
Y vuelve a amanecer, palpitando.
Lo malo vuelve a ser bueno,
reposan las ideas en la dualidad,
trae las musas y los temores,
y los terrores visitan tu infelicidad.

Apareces en sueños pero no hablas,
albergas los secretos que guarda la ciudad,
y sientes, la magia de los que te acompañan
y los ojos que se dañan por mirar la soledad.
Escalas de gris en tu cuerpo,
otra noche, otra oportunidad...
escondiendo la cara entre historias
das las buenas noches, descansa en paz.



jueves, 25 de junio de 2020

Contradicción (Esther Almoharín)



Te perdí intentando no perderte,
encendí mi amor sin preguntar
pretendiendo ser suficiente.

Intenté no estar si tú no estás
dudando de mi propia mente,
ocultándome en los umbrales del mal.

Quise amarte sin distancia
uniendo las fotos de mi álbum
en mi mundo, aquel remotamente imaginario.

Nacieron riendo las estrellas del amor,
ocultando tus lágrimas en mi oscuridad,
tergiversando mis versos en tu mente.

Encerrada en el carpe diem,
volando entre mil vidas sin ti,
acerqué tu alma a mi alma.

Y todo permaneció igual,
anhelé viviendo nuestro ad infinitum
sin ti, sin mí, esperando tu llegada.

Esther Almoharín Sarró.

viernes, 12 de junio de 2020

Cuando yo muera (Alejandro González)



El Club de Lectura es un empeño en el que el profesor de natación, que es quien les habla, también nada, y a veces también se ahoga. Puesto que nuestra dinámica nos ha llevado a la escritura, sobre todo, de poemas líricos (en prosa los de Disomnia; generalmente en verso los de Esther; siempre en verso los de Sergio), me ha parecido que lo que yo pudiera aportar como profesor de literatura no se podía deslindar de lo que yo, como escritor de poemas, hago o al menos intento.

Digamos que soy un ejemplo: en general, un mal ejemplo, un ejemplo de lo que no hay que hacer (esperar a los cuarenta y tantos para publicar mis versos, y hacerlo sin que el mundo parezca conmovido en lo más mínimo por el hecho); pero también un ejemplo, a lo mejor alentador, de cómo lo que sea que hay en los poemas es algo muy capaz de tenerte atrapado sin fin, más allá de la juventud y acaso hasta el final de tus días. Algo, en fin, que alimenta. Y tampoco está mal alcanzar, un poco más joven que Matusalén, el  reconocimiento de que te consideren publicable gentes que uno admira, como Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina y Luis Alberto de Cuenca (y sí: la lista acaba ahí; pero ¿a quién más querría añadir uno, si le dieran a elegir?).

Así que el poema de hoy es mío. Escrito, debo decir, en una racha muy productiva, que en parte pienso que está ligada a la actividad del Club (que a todos nos da energía), pero que es también una suerte de respuesta inmune de lo que en uno siga vivo contra la muerte cotidiana encarnada en los deberes escolares: correcciones, informes, papeleos y etc. Y de la Muerte habla el poema: no de la cotidiana, sino de la definitiva, personalizada según la vieja tradición medieval de las Danzas de la Muerte y las Coplas a la de su padre. Es un poema de esperanza, porque cuando uno va perdiendo cosas (y perdiendo, en general, el partido), llega un momento en que ya no es lícito, y sobre todo no es divertido, practicar la literatura como exploración incansable del malestar. Como le pasaba a Lucrecio con Epicuro, a mí, cuando me pongo un poco serio, me rezuma la enseñanza de Agustín García Calvo, su insistencia en que hacemos las cosas simplemente por si acaso, porque nunca se puede estar enteramente seguros de que no sirven para nada bueno. Al maestro, pues, remito. Va por ustedes.

Cuando yo muera, 
mi trocito peor se irá conmigo: 
mis caries, mis traiciones, mi molicie. 
Ojalá algo de tanto como anduve 
cantando y escribiendo, del cariño 
que encontré en los que amaba, 
tarde en morir un poco más que yo 
y deje de ser mío. Solo entonces 
dejará de morir, cuando no sepa 
la muerte en qué paquete empaquetarlo, 
en qué nicho enterrar las pertenencias 
a nadie (y a cualquiera) pertinentes. 
Ojalá que no sepa que te amé. 
Que te busque y se pierda. Que el amor 
la envuelva, la redima y la ensordezca. 


jueves, 11 de junio de 2020

Plata entre tus ojos (Andrea González)


Hay veces en las que ni la luna se asemeja al reflejo de mis ojos. Es de un gris que asusta, un gris que impone. Y en el cual fácilmente podrías ahogarte. 

La percepción del tiempo cuando cae la noche se hace irrealizable, de un matiz intenso, no acostumbrado a quedar inundado en cenizas. 

La brisa hace silbar los husmeantes cuerpos de los árboles, que envuelven, temblorosos, el aire; y dejan escapar suaves canciones de neblina entre el bosque. 

En los claros, la densidad de la luz de la Luna parece poder apretarte el cuello, acogerte entre sus brazos, hablarte al oído. Su luz, frenética, busca copas entre las que deslizarse, y así inundar las orillas de la laguna. 

Estigia tenía por nombre, y en sus aguas escondían los mortales sus últimos suspiros, sus más íntimos sollozos. Las cicatrices de un atardecer cuya claridad nunca volvería a bañar sus días. 

Entre los rumores del viento, se queja a veces una barca. En mitad del silencio es posible escuchar el susurro del agua al apartarse para avanzar. En ella, la esperanza y el recuerdo rasgados por el Olvido. El pasado proyectado a expensas de sus ondas. 

Caronte y su mirada de acero. Dueño de unos ojos a cuya firmeza sucumben dioses. Una mirada lenta, sustentada en plomo. Pausada, a su remo acompasada. 

Aquella, la imagen de tu iris. Su vivo reflejo recorriendo cada una de las gotas del río, haciéndolas suyas. La Luna, sollozando entre los versos que huyen de tus labios de bronce. Yo, anhelando una bala perdida que pudiese devolverme a tu mirada argentada. 

El metal vivo entre las entrañas de unas pupilas cargadas de plata. 

La corazonada de ahogarme. 

Ni Mercurio podrá salvarme.

miércoles, 10 de junio de 2020

Veleta (Sergio Barrabí)


Vientos de cambio en tu tejado,
de lo que pensabas, sentías...
que soplan de lado a lado
y se han cambiado con los días,
viene un sonido raro
Para cambiarte la sintonía,
acaso se te antoja malo.
Por alterarte la armonía.
Suenan metales y óxido,
suenan los vientos afilados,
y te suena cambiar de aires
Ahora que todo va para otro lado.

Como una luna creciente
yaces en tu cuarto, menguante.
Esos días de sol, de siempre,
se fueron por la luna, cambiante.

De este modo que cambió de forma,
o este que murió de olvido,
de los ojos alegres que se transforman
y dentro de ti hay tormentas y ruido,
ahora reina la calma ahí fuera
y te resuena lo que nunca has sentido,
haces ahora lo que podrías hacer luego,
vas a por algo nuevo y te has decidido...
Se acurruca el cambio a tu lado,
el tiempo deja de contar...
deja de ir todo tan rápido
y te ayuda a esperar.

martes, 9 de junio de 2020

Intentos (Esther Almoharín)


Se quedaron eternamente rojas las tejas del tejado de enfrente de mi casa, mientras bailábamos al son de la música que nuestros corazones marcaban. Fuimos forajidos en la noche más callada, más llena de luz y ganas de ser sin ser nada. Lloramos a la sombra de los luceros que creían en nuestras palabras y nos despedimos bajo el triste manto de las estrellas que impedían que brillaras. Quisimos vivir deprisa, a destiempo, luchando con un pasado que nos robaba poco a poco, cada vez más lento el aliento de vida que nos quedaba. Fuimos música entre las sábanas del arpa desgastada en el rincón más vacío de mi cuarto, acordes de luz que se colaban en la medianoche de sábados de corazones vacíos y llantos desesperados.

Ya no soy, tú ya no eres, ya no somos… tú ya no puedes, yo ni siquiera poseo el tiempo suficiente como para querer perderte. Pero sigues marchándote a ver la luna nueva desde lo más alto de tu balcón a intempestivas horas de la noche, paseando tu alma desnuda por las calles repletas de reproches, de desilusiones y de sueños perdidos. No podemos ser, pero seguimos siendo, manteniendo nuestro hielo helado en medio del desierto. Y las ganas de querernos son el ansia de adrenalina que se sumerge en nuestros cuerpos inquietos y nos hace querernos de nuevo.

Y desapareces, te vas y te pierdo, sin fecha próxima de regreso, sin tiempo, sin besos, sin ganas de dejarnos sin sentimientos el uno al otro en lloviznas de dulce desenfreno. Me dejas caer, y me siento desplomada en el dulce sueño que me acoge entre sus brazos susurrándome al oído que deje de tener miedo. Me arrepiento.

El quererte fueron las palabras más vacías que pronunció mi cuerpo.

viernes, 5 de junio de 2020

Club de lectura: historias de su historia





Comenzamos este empeño del Club de Lectura en el 2014, hablando de fantasmas, y desde entonces no nos hemos ido, aunque hemos variando de latido (si no de corazón) según iban llegando y marchando varias promociones de participantes. Casi siempre, nos hemos reunido los viernes en el recreo, en el acogedor Departamento de Lengua (aunque a veces nos hemos movido al Salón de Usos Múltiples, o algún aula donde funcionaran bien los medios informáticos, para jugar con los medios audiovisuales).

Hablábamos en ese primer curso 2014-5 de fantasmas, de vampiros, de hombres lobo, porque entre nosotros había muchos amantes de la literatura fantástica, lectoras de Laura Gallego o de Crepúsculo, y nos parecía interesante ahondar en las raíces de ese imaginario, llegar a los cuentos tradicionales, a las sagas, y tomar a menudo de guía a Borges o a Cortázar.

Nos acompañaba entonces, y era mucha compañía la suya, nuestra querida Carolina Molina, directora ahora del IES Albalat. Creamos una dinámica en la que ella preparaba una sesión y quien les habla, Alejandro, se ocupaba de la siguiente, y de este modo aprendíamos mucho todos de todos, creando textos propios que servían de marco a los que íbamos rescatando.

En el curso 2015-16, nos internamos en el mundo de los sueños, con la historia de Las mil y una noches del hombre que soñó con un tesoro y salió a buscarlo; en compañía también de los siete durmientes de Éfeso, Rip Van Winkle, la Bella Durmiente y su hermano épico, el rey que duerme pero despertará algún día. De algún modo, eso nos llevó a hablar de la puesta en abismo, de las historias circulares que se contienen a sí mismas, del escritor que escribe una historia cuyo protagonista es él. Acompañamos a Alicia en su descubrimiento de que el Rey Rojo está ocupando durmiendo porque la está soñando a ella. Y eso nos llevó también a la torre de Rapunzel, y a la torre de marfil de los artistas, y al viento, galán de torres, de los romances de Lorca. Y también a una canción de Leonard Cohen o un vídeo de Bjork...

El curso 2016-7 fue para nosotros el más viajero. Espoleados por Carolina, fuimos a ver a Juan José Millás a Villanueva de la Serena, visitamos Madrid y recorrimos el camino que va del folklore a la literatura fantástica moderna. Leímos a Perrault, pero también a Kafka y a Murakami.Y contamos en Cáparra nuestra experiencia.

Por entonces, surgió Librarium, este poderoso regalo que se nos ha hecho a todos, y con él la creación de clubs de lectura en muchos centros. Hemos procurado usar este recurso, pero quizá nuestro club ha sido siempre un poco peculiar, por el hecho de que no nos hemos centrado en leer una obra larga y luego poner en común nuestras impresiones (que es quizá lo que más asocia uno con un club de lectura), sino en producir y seleccionar textos breves, que se pudieran leer y comentar en una sesión de algo menos de media hora. Esa dinámica especial ha hecho que generemos muchos textos, pero pocos préstamos.

Para el curso 2017-8, ya sin Carolina, tomamos como patrón al Doble. Era la época en que Manuel Bartual había demostrado las posibilidades literarias de Twitter con un hilo magistral que trataba este tema. Tirando de ese hilo (Yo soy Otro; Uno es multitud)  fueron muchas las historias interesantes que exploramos, sobre gemelos diabólicos, desdoblamientos de personalidad, mundos invertidos y espacios fantasmales. Juan Ramón Jiménez nos ayudó mucho en ese trance de duermevela, en que uno no sabe si es él o el mendigo que rondaba su jardín al caer la tarde. Se nota un deslizar de nuestro gusto, de lo narrativo que venía dominando las ediciones anteriores a una mayor presencia de textos líricos: Gil de Biedma maldiciéndose a sí mismo, las posibilidades poéticas de la ironía. Recuperamos también en esa edición a Sergio Barrabí, Tutankabrón, que vino a hablarnos de sus justas raperas, y de la poética del enfrentamiento ingenioso. Y vino a ayudarnos (y a quedarse) nuestra compañera Laura López, lectora y cómplice inmejorable desde entonces.

Se incorporó también al Club, por primera vez, alguien que hacía de la escritura su forma de expresión. Andrea González, Disomnia, nos trajo entonces sus primeros poemas en prosa, magnéticos y misteriosos, y eso nos animó a explorar los diversos niveles de transparencia de un texto, desde lo meridianamente claro hasta lo herméticamente opaco, pasando por lo sugerente y traslúcido.

Contar con escritores dentro del Club variaba felizmente su dinámica: ya no teníamos por qué limitarnos a comentar y reciclar textos ajenos, sino que podíamos tratar los temas que veníamos abordando de otro modo, como puntos de partida para que los participantes indagaran en sí mismos y crearan sus propios textos.

En otros términos, sin perder su nombre, el Club de Lectura empezaba a adquirir la dinámica de un taller literario, que es la que tiene actualmente.

Mas antes de llegar allí, hubo otras aventuras y otros giros. En el curso 2018-9, por ejemplo, tomamos de patrón a Peter Pan. Su negativa a crecer nos llevó a hablar de Nunca Jamás y de su parentesco con Jauja y con otras utopías infantiles. Y por ese resquicio nos invadió, en felicísima hora, el Departamento de Filosofía, y durante muchas semanas anduvimos de su mano por los campos de la utopía y la distopía, yendo a parar con provecho del capitán Garfio al Gran Hermano y el steampunk. Rescatamos también a María González, que vino un viernes memorable a hablarnos de la inimputabilidad de los reyes, los locos y los menores de edad.

Llegamos así a este curso, el muy peculiar 2019-20, en el que, bajo el patronazgo de la Luna, la dinámica ya ha sido de principio a fin la de un taller literario, con Andrea, Daniela Luengo y Esther Almoharín como sus tres espadas. Una dinámica poderosa, porque el Covid19  ha sido incapaz de acabar con ella: en vez de mutar él, mutamos nosotros, de sesión presencial a videoconferencia por Zoom. Y ahí estamos, con Laura y Andrea y Esther, y, aniquilada ya la necesidad de mantener el Club dentro del límite físico y horario del centro, con Sergio Barrabí, plenamente recuperado para estas lides.

Con lo cual, hemos pensado que sería interesante ir compartiendo con más constancia y alevosía la actividad del Club a través de este blog. Así que a partir de hoy, hasta cuando nos dure el impulso, vamos a ir trayendo textos, alternando los de creación de estos mismos días con otros de los que utilizamos en sesiones varias, desde los fantasmas del 2014 hasta los textos recién compuestos de hoy.