lunes, 1 de diciembre de 2025

Concurso gótico. Relato 7. El laberinto del castillo de las sombras

Era la noche de Halloween. Una niebla densa cubría los bosques que rodeaban el Castillo de las Sombras, una fortaleza olvidada desde hacía siglos. Nadie en el pueblo de Trasmoz se atrevía a acercarse a sus muros, ya que contaban que en su interior habitaban criaturas que nunca habían visto la luz del día.

Aquel año, tres amigos, Clara, Hugo y Daniela, decidieron desafiar la leyenda. Con linternas y una vieja llave oxidada que Hugo había encontrado en el desván de su abuelo, se atrevieron a cruzar el portón del castillo cuando cayó la noche.

El aire era helado. El viento sonaba entre las grietas de las torres destruidas y sus pasos resonaban por todo el edificio. Las paredes estaban cubiertas de cuadros antiguos cuyos ojos parecían seguirlos con cada movimiento, y sus sombras se desplazaban por los rincones sin que ellos se movieran.

En el gran salón encontraron una trampilla escondida bajo una alfombra vieja. Al levantarla, un olor a tierra húmeda y polvo llenó la habitación. Bajaron por una escalera de piedra que los llevó a un laberinto subterráneo. En las paredes, iluminadas por la luz de sus linternas, se veían símbolos extraños grabados en las rocas, y personas petrificadas que parecían seguir vivas.

De pronto, una puerta de hierro se cerró. Alguien les llamó por sus nombres en un susurro desde la oscuridad. Algo se movía entre las sombras. No parecía humano, su forma era muy extraña y tenía unos ojos rojos que se veían en la oscuridad.

—No debisteis entrar… —dijo la criatura entre las sombras.

Los tres comenzaron a correr, tratando de encontrar una salida. Pero el laberinto cambiaba de forma, los pasillos se estrechaban, las paredes giraban y un frío antinatural empezó a aparecer. En un panteón, Clara distinguió una puerta abierta que conducía a un cementerio subterráneo. Las lápidas eran tan antiguas que los nombres se habían borrado, y de las tumbas salía un resplandor azul.

En el centro del campo había un ataúd de cristal. Dentro, descansaba una figura vestida con ropas antiguas… con el mismo rostro que Clara.

Entonces lo comprendieron: aquel castillo estaba maldito. Cada cien años, quienes se atrevían a entrar en su interior quedaban atrapados para siempre, sustituyendo a los anteriores prisioneros del laberinto.

Cuando el amanecer salió, el castillo volvió a quedarse en silencio.

Solo las paredes susurraban los nombres de sus nuevos prisioneros: Clara, Hugo y Daniela.

Y en la entrada, la vieja llave oxidada volvió a aparecer, esperando a los próximos curiosos que se atrevieran a desafiar al Castillo de las Sombras en el siguiente Halloween.

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