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jueves, 11 de junio de 2020
Plata entre tus ojos (Andrea González)
Hay veces en las que ni la luna se asemeja al reflejo de mis ojos. Es de un gris que asusta, un gris que impone. Y en el cual fácilmente podrías ahogarte.
La percepción del tiempo cuando cae la noche se hace irrealizable, de un matiz intenso, no acostumbrado a quedar inundado en cenizas.
La brisa hace silbar los husmeantes cuerpos de los árboles, que envuelven, temblorosos, el aire; y dejan escapar suaves canciones de neblina entre el bosque.
En los claros, la densidad de la luz de la Luna parece poder apretarte el cuello, acogerte entre sus brazos, hablarte al oído. Su luz, frenética, busca copas entre las que deslizarse, y así inundar las orillas de la laguna.
Estigia tenía por nombre, y en sus aguas escondían los mortales sus últimos suspiros, sus más íntimos sollozos. Las cicatrices de un atardecer cuya claridad nunca volvería a bañar sus días.
Entre los rumores del viento, se queja a veces una barca. En mitad del silencio es posible escuchar el susurro del agua al apartarse para avanzar. En ella, la esperanza y el recuerdo rasgados por el Olvido. El pasado proyectado a expensas de sus ondas.
Caronte y su mirada de acero. Dueño de unos ojos a cuya firmeza sucumben dioses. Una mirada lenta, sustentada en plomo. Pausada, a su remo acompasada.
Aquella, la imagen de tu iris. Su vivo reflejo recorriendo cada una de las gotas del río, haciéndolas suyas. La Luna, sollozando entre los versos que huyen de tus labios de bronce. Yo, anhelando una bala perdida que pudiese devolverme a tu mirada argentada.
El metal vivo entre las entrañas de unas pupilas cargadas de plata.
La corazonada de ahogarme.
Ni Mercurio podrá salvarme.
lunes, 28 de octubre de 2019
Condiciones de Luna: El haz ambivalente (Andrea González)
Nuestro Club de Lectura y Taller Literario continúa, como la Luna a la que se consagra este año, atravesando fases y espacios. Hay que veces que tenemos que demorar nuestra reunión una semana; pero es para volver con más brío y entusiasmo a nuestras cosas. Así se nos vio este viernes pasado.
Y este es uno de los textos que nos regala de vez en cuando Andrea, nuestra querida @disomnia:
EL HAZ AMBIVALENTE
Me quedé embriagada al instante en cuanto noté
aquellas telas etéreas del anochecer envolviéndome en la suavidad del monte.
El ritmo de mis latidos se acompasó en cuestión de
segundos con el ruido de la callada guadaña que asomaba entre los sauces.
El bosque consumía todo el aire al que yo podía
aspirar, e incluso los búhos tenían dificultades para respirar el ambiente. Una
niebla espesa acaparaba toda mi vista, vagos fantasmas rondaban fuera y dentro
de mi pecho.
Entre todos ellos, se alzó la única damisela cuyo
caballero era una estrella. Saludó con gracia, su cola iluminando el valle
a su paso; sábanas de plata engullendo todos los cantos nocturnos.
El manto que me cubría esta vez no lo hacía con
cariño. Me llenaba de polvo, me acogía con frialdad, pretendiendo hacer callar
toda la humildad con la que yo conocía el cielo.
Y desde ahí me contemplaba ella. Una joven acorazada;
cuyos suspiros se llevaba el viento, con el corazón roto por la luz del
día.
Apiadándose de la única condición que compartíamos.
Preguntándonos por qué su dolor era vida, y el mío una simple sonrisa.
domingo, 24 de febrero de 2019
Elipsis (Andrea González)
¿Podrá el futuro divisar la elipsis que fue contemplada, no más tardío, no más anticipándose, en el presente?
¿Servirán las hazañas, pospuestas, de las que juré no hacer mención, ahora que no es un mismo día, no es un mismo yo?
Postrada ante un dilema hallo mi mente, descanso sin refugio entre pensamientos quebradizos, efimeros, que vuelan sin que yo pueda antes retenerlos.
Un sopor enorme me agota, la física se escapa a mi entendimiento, pero, ¿no lo hace, también, el tiempo? Dudo, me paralizo, mas el reloj sigue.
Aquella mirada que aterrorizada veía las agujas pasar, ¿será la misma que ahora se viste con calma? La percepción es inaudita, mas bien personal. Si a mí me castiga con su lentitud, y a otros les arrebata el mañana.
Aún se escurren los minutos y se deslizan entre mis dedos, resbaladizos, mas no reales, y aún así, tampoco imaginarios. Puedo adivinar que algo está pasando, a mi pesar, pero no sé cuándo. EI sonido me taladra en esta habitación vacía, y hace un momento yo hallaba mi cuerpo en una eternidad sin pulso.
El ritmo se me hacía más monótono, y a mi alrededor nada parecía cambiar, nada excepto yo.
¿Será que vivo en un recuerdo que ya no es, una esperanza que no será, pues, al final, lo único que me resisto a creer es el presente?
Y el reloj calló.
lunes, 6 de febrero de 2017
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