Este curso, la actividad de nuestro Club de Lectura / Taller Literario se cruza felizmente con el Proyecto Steam del centro: ambos tratan sobre la Luna.
En nuestra primera sesión, para abrir boca, este coordinador trató de hacer memoria de sus recuerdos infantiles sobre la Luna. Y salió algo como esto:
*
Ser niño y luego padre es estar
dos veces en el mismo lugar. Allí conocí a la Luna. Jugábamos a atraparla entre
los dedos, tan cercana en apariencia, hermana de las farolas y del mínimo sol
del poniente. A veces, uno la buscaba y no aparecía. La luna no está,
dijo el mayor. Se la habrán llevado los pájaros.
En los largos viajes en coche, yo
me sentaba en el asiento de atrás, la mirada viajera a través del cristal. Y no
pude evitar observar que la Luna nos seguía, puntual, por largo que fuera el
viaje. A veces, pensaba si un cambio de sentido o una curva podrían
despistarla, o al menos hacer que apareciera en otro lugar del cielo. Pero no.
O sí. La observación era variable, como la Luna misma, y abundaban los peros.
Las carreteras subían y bajaban y los edificios, que habíamos dejado atrás al
comienzo del viaje, volvían a aparecer de cuando en cuando, volviéndose lentos
y sólidos en el tramo final.
En la televisión, mi programa
infantil favorito hablaba de ella. Un globo, dos globos, tres globos. / La
luna es un globo que se me escapó. / Un globo, dos globos, tres globos. / La
Tierra es el globo donde vivo yo. Eran versos (lo supe luego) de GloriaFuertes, aquella poeta extraordinaria que aparecía en la tele sin ser joven ni
guapa; pero que al cabo de un rato de escucharla te conquistaba con su
deliciosa retranca. Me llamo Gloria Fuertes y tengo ochenta años; que es
algo que puede pasarle a cualquiera…
(Y, en verdad, la Luna se escapa.
Cada año se aleja unos centímetros de la Tierra. Un cambio imperceptible para
nosotros, pero significativo si uno piensa en miles o millones de años. En las Cosmicómicas
de Italo Calvino, el narrador recuerda cuando la Luna estaba tan cerca de
la Tierra que uno podía pasar en escalera de la una a la otra; o en barca,
aprovechando el efecto ingrávido que producía la confluencia de ambos astros,
cada uno tirando para sí con su campo gravitatorio, de modo que si uno era
ducho, podía navegar por aquella zona anfibia y ambigua.)
En el colegio, los mayores nos
inducían su fobia visceral, tan cutre y tan madrileña, contra todo lo catalán a
través de una canción tradicional, convenientemente brutalizada: Quisiera
ser tan alto / como la Luna / para poner los cuernos / a Cataluña. En la versión original, el cantante deseaba ser tan alto como la Luna (How high
the moon!) para ver los soldados de Cataluña, soldados que se hacían
presentes a continuación, en singular: De Cataluña vengo, / de servir al
rey, / con licencia absoluta / de mi coronel. Viejas historias, siempre
actuales por desgracia, sobre patrias y lealtades en conflicto, en las que la
Luna actuaba de figurante; dominando a pesar de eso la canción con su charme.
Luna lunera, cascabelera…,
se escuchaba también uno cantando. Tiempo después, una buena amiga nos
revelaría el resto de la estrofa, tal como aparece en algún cuento popular: …debajo
de la cama / tienes la cena. El héroe del cuento llega a la casa de la Luna
desesperado por encontrar cierto Palacio, en el que vive la chica de sus
sueños, pero que nadie parece haber visto. Alguien le dice que si el Palacio
existe, la Luna ha tenido que verlo. Así que se planta en casa de la Luna. Por
suerte para él, un pariente bondadoso de la Luna le advierte que esta tiene muy
malas pulgas y que cuando vuelve de su ronda nocturna lo primero que hace es
olfatear, por si se hubiera colado algún mortal en su casa; si lo encuentra, se
lo come de inmediato. Así que entre los dos le preparan a la Luna una comida
opípara (debajo de la mesa tienes la cena); solo cuando está ahíta, sale
de su escondite el héroe y le pregunta a la Luna si ha visto el palacio de
marras. (Y sí.)
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