lunes, 25 de marzo de 2024

II Concurso de relatos cortos: Los tres cerditos y el lobo

 


Érase una vez tres cerditos que eran hermanos, y cada uno quería ser independiente del otro, así que decidieron hacer esto: cada uno se haría su propia casa.

—Yo la haré de madera —dijo el primero.

—Yo, de paneles de yeso —dijo el segundo.

—Yo, de hormigón —dijo el tercero.

Y habiendo decidido los materiales de su futura vivienda, se pusieron a ver un video en Internet sobre cómo hacerlo.

5 horas después…

—¡Por fin he terminado mi maravillosa casa de madera! Ahora, a ver Instagram y Facebook —dijo el más pequeño y el más vago.

12 semanas después

—Por fin acabé mi casa de paneles de yeso… Ahora me pondré a estudiar, que tengo examen de física y química y de… NO PUEDE SER, ¿desde cuándo hay examen de tecnología de mecanismos? Manos a la obra —dijo el mediano, que priorizó sus estudios antes que tener un lugar estable para dormir.

 1 mes después

—Después de estar más de un mes construyendo mi casa, por fin la he terminado, pero… no me ha dado tiempo de estudiarme los números de oxidación de física y química y la profesora me ha suspendido —dijo apenado el mayor—. Al menos, mi casa de hormigón durará muchísimo tiempo y aguantara el calor extremo que hace en este pueblo donde no vive ni el Tato —añadió mientras se reía.

Al caer la noche, un lobo que había visto el directo de instagram que había hecho el menor de los hermanos, pasó por allí y por el olor a cemento fresco, madera recién cortada y paneles de yeso blancos, corroboró que habían terminado hace relativamente poco sus casas.

 —Esta noche me pongo las botas, JAJAJAJAJAJAJ —se rió el malvado lobo—. Solo tengo que encontrar la manera de entrar a cada casa...

Llegó a la casa de madera y la prendió fuego, empezó a oler a tocino y luego salió el hermano menor corriendo a la casa de yeso para refugiarse del lobo. Cuando llegó a la siguiente casa, notó el material con el que estaba hecha y prácticamente no tuvo que hacer nada: como si de un Iphone se tratase, solo le hizo falta rasguñar un poco para que las paredes y las casa se vinieran abajo.

—¡Ayuda, hermanoooo! —gritaron los dos al unísono mientras corrían a la última casa

Al llegar a la última casa, el lobo tuvo que pensar más y se acordó de las clases de formulación que tuvo con esa misma mañana.

—A ver… para destruir el hormigón, no se pueden usar ácidos, ni óxidos ni peróxidos ni nada por el estilo, MADRE MÍA, formulación me va a matar de hambre —y pasó a la fuerza bruta—. A ver… creo que el Coldpol me podrá ayudar —cogió un balón oficial y lo lanzó repetidamente hacia la pared y obviamente no funcionó.

—Qué lástima, tenía la esperanza de que este maravilloso deporte me ayudaría a no morirme de hambre.

Sacó su calculadora de matemáticas y se puso a hacer ecuaciones de segundo y primer grado de todos los tipos, con fracciones, tipo 1, completas incompletas… Para sorpresa de todos, no funcionó.

—Las matemáticas me van a matar de hambre, si tan solo se pudieran comer los números... —dijo mientras golpeaba el suelo.

Sacó los apuntes de tecnología e hizo algunos cálculos, cuya solución era que la fuerza se tenía que dividir en cuatro partes: R dividido entre cuatro.

Cogió la rama de un árbol y fabricó un polipasto factorial y aplicó la fórmula. La casa no cedió.

—¡Maldita sea, este ámbito de tecnología me va a matar de hambre! ¿Por qué no nos enseñan en el instituto cosas que de verdad sean útiles? —dijo cabreado, y mucho.

—Los idiomas mejor ni los pruebo, porque… Bueno, ni lo voy a pensar.

Pensó y pensó pero una solución no halló.

—Que les den a las fórmulas, que me matarán de hambre —y del enfado, llamó a todos los animales del bosque, herbívoros y carnívoros y pidió ayuda a los fuertes toros bravos para derribar la pared y… funcionó.

—¡DIOS TE SALVE MARÍA, LLENA ERES DE GRACIA! —gritó mientras corría detrás de los tres cerditos; pero estos se refugiaron en otro edificio, una carnicería.

El lobo gritaba:

—No tienen compasión, para qué estudiar tanto, si al final me voy a morir de hambre —lloraba y lloraba.

El Lobo al final falleció, y en su lápida pusieron: El inteligente más tonto.

—¡Ay, ay, ay, mi nieto! —gritaba una anciana.

—Abuela, no es tu nieto, es un lobo que intentó comerme y que te comió —contestó Caperucita.

—Me da muchísima pena el Señor Lobo, puesto que de tanto estudiar, su salud mental no fue una prioridad y de hambre se murió aplicando lo que aprendió —dijo sabiamente la anciana—. Que te sirva, Caperucita, para entender que tu valor en la sociedad y como persona no lo define lo mucho que hayas estudiado, si no si has aprendido algo útil y cómo lo has aplicado en tu vida.

—Muchas gracias abuela.

—Te quiero muchísimo nieta, que Dios nos bendiga a todos.

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