jueves, 20 de diciembre de 2012
Encuentro con Elvira Lindo
Aturdidos por los peligros más o menos ciertos de la Red y por su uso masivo como canal publicitario y conformador, corremos siempre el riesgo de minusvalorar, y en consecuencia infrautilizar, sus posibilidades como herramienta de comunicación, que nos permite hablar con la gente e intercambiar dudas, pareceres y sentimientos.
Hoy hemos actualizado una de esas posibilidades: gracias a un programa informático, los chavales de 4º de ESO B y su profesor de Lengua (quien les escribe) hemos podido abrir un ojo en la habitación donde nos esperaba, amabilísima, la escritora Elvira Lindo para dejar caer sobre ella, a riesgo de tupirla, una buena cascada de preguntas.
La experiencia ha sido instructiva en muchos sentidos, además de divertida y, por el lado técnico, un tanto accidentada y azarosa. De las muchas preguntas que estuvimos preparando, nos hemos centrado esta vez en las que se referirían a la profesión de Elvira Lindo, su vida y sus gustos. Habría sido posible filtrar las preguntas, dando prioridad a las muchas que han quedado sin formularse sobre sus personajes y su obra —pero me ha parecido que, para bien y para mal, tenía su interés que los chavales preguntaran sin censura ni demasiada guía lo que prefirieran, lo que más curiosidad despertara en ellos.
Animo a todos los implicados a dejar aquí sus impresiones; yo voy a dar ejemplo (y madrugar, como quien dice) poniendo en letra las mías.
Mis conclusiones son tres. La primera, que Elvira Lindo es un encanto —y que buena parte de ese encanto viene del hecho de que, desde su amabilidad, nunca da respuestas complacientes ni banales, de las que engordan al público o dejan intactas las suposiciones que hay detrás de las preguntas. Acostumbrada a estar a un lado y otro del micro, formulando preguntas o respondiéndolas, Elvira Lindo escucha con atención y trata de captar cuál es la verdadera inquietud de quien habla y en qué situación y contexto se dice lo que se dice. Alguien que pregunta por la técnica del escritor o su 'fórmula' quizá es en realidad un escritor en potencia que se pregunta si las ropas del autor consagrado le caen demasiado grandes o si podrá optar en un futuro a probárselas; alguien que pregunta por Cádiz, Madrid o Extremadura probablemente tenga alguna relación con estos lugares, y se complazca en traer 'a su terreno' a la otra persona. Por tanto, más que ir sacando sin más opiniones o vivencias de su almario, la escritora trata de comunicarse con el alumno que pregunta (aunque, ay, la webcam, situada por imperativo técnico en lugar muy mejorable, ni siquiera le permita distinguir su rostro) y decirle algo que tenga sentido para él, específicamente. Empeño que casi siempre se salda con éxito.
Mi segunda conclusión es que los alumnos preguntan, en efecto, desde lo que los antropólogos llaman su 'ecuación personal', sin lograr (habrá que trabajar en ello) despegarse mucho de su situación inmediata. Candorosos y maliciosos (a veces alternativamente; y otras en combinación variable), piensan desde su posición de alumnos aventajados a los que exigimos quizá más que a otros y que se sienten constantemente evaluados y juzgados. El éxito y el fracaso son, pues, los astros de su día: y ven a la escritora profesional, al menos en una primera mirada, sobre todo como un caso particular de la persona que ha triunfado y ha visto reconocidos sus méritos. Perciben sin duda que no es lo mismo una escritora, una artista y trabajadora efectiva, que una famosa al uso de las que pululan por los programas de charcutería emotiva o los espectáculos de realidad inducida vendiendo humo —pero les intriga saber, y lo preguntan reiteradamente, cuál es la distancia entre lo uno y lo otro, cómo se triunfa, qué valor tienen los premios, qué factor de planificación o de azar hay en la 'carrera' pública de una persona, cómo se elige con acierto la profesión o actividad que te permitirá destacar, qué pelos hay que dejarse en la gatera.
El interés por estos asuntos puede resultar un tanto irritante a los que no participamos mucho de la mística del éxito, pero le permite a Elvira Lindo dibujarse de forma eficaz contra estos estereotipos. El éxito que merece la pena buscar, consiste, según nos ha contado hoy, en vivir de lo que te gusta y ejercer tu oficio con dignidad: ni más ni menos. Es un éxito que nunca es definitivo (quien se debe a un público nunca lo puede dar por conquistado, dando por hecha su fidelidad), que implica una gran dosis de incertidumbre (hasta que el público responde, uno no sabe si la comunicación con él ha sido efectiva o no), que supone una gran responsabilidad (porque estar en disposición de hablar y ser oído por muchos obliga, moralmente, a no decir sandeces ni emitir mensajes irresponsables, facilones y contraproducentes) —y que a pesar de todo, como se transparenta oyéndola hablar, es sobre todo placentero, apasionante.
Por tanto, nuestro ensayo de hoy es valioso, tanto en lo que tiene de encuentro (con alguien interesado de verdad en comunicarse) como en lo que tiene de desencuentro entre las ideas preconcebidas o inculcadas por los medios de formación de masas y el discurso y la actitud de quien se zafa sabiamente de esas camisas de fuerza, sin perder en el ejercicio la sonrisa.
Mi tercera conclusión es que a pesar del triunfo de la ciencia que supone la videoconferencia, se ha cumplido, más o menos benignamente, la maldición de la tecnología escolar: comunicaciones que se cierran a traición o tardan demasiado en abrirse, competencia de redes inalámbricas que despistan al más pintado, micros que se acoplan, cables demasiado cortos que no nos dejan disponer a nuestro gusto el escenario.
Todo conspira, en fin, para hacer casi necesaria, de puro deseable, la invitación con la que cierra Elvira Lindo el diálogo: continuar este en otro rato del mes de enero y hablar de lo mucho que nos ha quedado en el tintero. Desde aquí quiero agradecerle a EL su gentileza, a mis alumnos su apasionamiento y a Daniel, nuestro técnico informático, su disposición incansable a batallar con las limitaciones técnicas y estructurales.
Gracias a todos y pronto, más —siempre más.
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