Para
inventarse el élfico, y el mundo en el que los elfos vivieron, la Tierra Media,
Tolkien siguió un método muy particular. Le parecía que detrás de algunas
palabras de la lengua inglesa había una historia oculta: que esas palabras no
procedían en realidad de la lengua de los hombres, sino de una lengua mucho más
antigua; y que tirando de esas palabras (palabras como Earendil, por ejemplo)
se podía ir sacando la lengua mágica de la que procedían.
Si os dais cuenta, todas estas
historias son la misma historia, del mismo modo que, cuando empiezas a excavar
en un campo de ruinas, las piedras sueltas que había aquí y allá resultan ser
piezas de un mismo puzzle: por
ejemplo, almenas de una enorme torre cuya mayor parte permanece escondida bajo
tierra, arcos de un teatro sumergido.
También podéis pensar en lo que pasa
cuando, ya despiertos, recordáis de repente algún detalle de vuestros sueños:
por ejemplo, una puerta cerrada en mitad de una habitación oscura, por debajo
de la cual se filtra un brillo misterioso. Tirando de ese recuerdo, empezáis a
sacar el sueño, como el pescador que tira del hilo para sacar el pez, como el
primer verso que se le ocurre a un poeta y del cual saca después un soneto o un
romance.
¿Qué es esa dimensión maravillosa,
esa memoria sumergida en la que se
oculta la parte invisible de las cosas? En rigor, no la conocemos: sólo vemos
las piedras sueltas que salen de la tierra, unas pocas palabras en élfico o en
latín, una piedra de colores que alguna vez formó parte de un mosaico. Por eso
tenemos que esforzarnos por tirar de ese hilo e ir sacando lo que se oculta
tras las apariencias.
Por ejemplo, hace más de un siglo
alguien empezó a excavar (a escarbar) en Mérida un conjunto de piedras muy
raras, de ruinas. Los lugareños se habían dado cuenta desde hace mucho tiempo
de que aquél era un lugar especial, encantado. Eran sólo siete piedras: y las
llamaban Las Siete Sillas, porque decían que allí se habían reunido hace mucho
tiempo siete reyes moros para deliberar sobre el destino de la ciudad.
Hoy sabemos que en realidad esas
Siete Sillas eran sólo la punta del iceberg,
y que tirando de esa punta fue apareciendo el teatro romano más bonito y mejor
conservado de la Península. Pero la leyenda, a su manera, no mentía: quien por
primera vez habló de las Siete Sillas adivinó que allí había un gran enigma, y
que quien fuera capaz de solucionarlo averiguaría mucho sobre el destino de la
ciudad y de quiénes la habían construido. Reyes
moros, los llamó: pero es que en las tradiciones populares los moros son
muchas veces como los elfos, criaturas extraordinarias que vivieron hace mucho
tiempo en nuestros campos y nos han dejado un montón de tesoros encantados
ocultos bajo la tierra.
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