miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cultura clásica: un campo de ruinas encantadas (II)






Para inventarse el élfico, y el mundo en el que los elfos vivieron, la Tierra Media, Tolkien siguió un método muy particular. Le parecía que detrás de algunas palabras de la lengua inglesa había una historia oculta: que esas palabras no procedían en realidad de la lengua de los hombres, sino de una lengua mucho más antigua; y que tirando de esas palabras (palabras como Earendil, por ejemplo) se podía ir sacando la lengua mágica de la que procedían.

Si os dais cuenta, todas estas historias son la misma historia, del mismo modo que, cuando empiezas a excavar en un campo de ruinas, las piedras sueltas que había aquí y allá resultan ser piezas de un mismo puzzle: por ejemplo, almenas de una enorme torre cuya mayor parte permanece escondida bajo tierra, arcos de un teatro sumergido.

También podéis pensar en lo que pasa cuando, ya despiertos, recordáis de repente algún detalle de vuestros sueños: por ejemplo, una puerta cerrada en mitad de una habitación oscura, por debajo de la cual se filtra un brillo misterioso. Tirando de ese recuerdo, empezáis a sacar el sueño, como el pescador que tira del hilo para sacar el pez, como el primer verso que se le ocurre a un poeta y del cual saca después un soneto o un romance.

¿Qué es esa dimensión maravillosa, esa memoria sumergida en la que se oculta la parte invisible de las cosas? En rigor, no la conocemos: sólo vemos las piedras sueltas que salen de la tierra, unas pocas palabras en élfico o en latín, una piedra de colores que alguna vez formó parte de un mosaico. Por eso tenemos que esforzarnos por tirar de ese hilo e ir sacando lo que se oculta tras las apariencias.

Por ejemplo, hace más de un siglo alguien empezó a excavar (a escarbar) en Mérida un conjunto de piedras muy raras, de ruinas. Los lugareños se habían dado cuenta desde hace mucho tiempo de que aquél era un lugar especial, encantado. Eran sólo siete piedras: y las llamaban Las Siete Sillas, porque decían que allí se habían reunido hace mucho tiempo siete reyes moros para deliberar sobre el destino de la ciudad.

Hoy sabemos que en realidad esas Siete Sillas eran sólo la punta del iceberg, y que tirando de esa punta fue apareciendo el teatro romano más bonito y mejor conservado de la Península. Pero la leyenda, a su manera, no mentía: quien por primera vez habló de las Siete Sillas adivinó que allí había un gran enigma, y que quien fuera capaz de solucionarlo averiguaría mucho sobre el destino de la ciudad y de quiénes la habían construido. Reyes moros, los llamó: pero es que en las tradiciones populares los moros son muchas veces como los elfos, criaturas extraordinarias que vivieron hace mucho tiempo en nuestros campos y nos han dejado un montón de tesoros encantados ocultos bajo la tierra.

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