miércoles, 29 de enero de 2014

Rasquemos un poco en Hamlet



Para D., que me pidió estas palabras

Hamlet es una obra de teatro tan célebre que resulta inevitable preguntarse por las razones de esta notoriedad: ¿qué tiene para haber seducido y hasta obsesionado a tantas personas de sucesivas generaciones?

 1. ¿Una botella sin mensaje?

 La primera respuesta es que no hay tal respuesta: el éxito de la obra no se debe a ningún factor concreto que podamos identificar y aislar. Este fracaso nuestro (que no es individual, sino general), esta resistencia de la obra a dejarse comprender o analizar, es de tal calibre que lo honesto es reconocer que seguramente es esa naturaleza elusiva, misteriosa de la obra la clave del efecto fascinante que ejerce. Esto conecta con lo que hemos resaltado en clase, con ayuda de Borges, sobre el teatro de Shakespeare en general: el autor nos hace sentir que su teatro no es un mero pasatiempo, sino que lo que les sucede a sus personajes tiene que ver con nuestros propios conflictos, nos concierne. Sin embargo, cuando buscamos sacar una conclusión sobre el sentido de lo que hemos visto o leído, topamos con un muro: el autor nos entretiene e inquieta pero nunca enseña sus cartas, nunca revela sus creencias u opiniones sobre los temas que pone sobre la mesa.

2. Dar al público lo que desea 

Esta sensación es irónica porque solo aparece cuando rascamos en la obra (porque el autor hace que sintamos el deseo o la necesidad de hacerlo). Lo superficial, lo evidente, es que Shakespeare hizo sus obras para complacer al gusto de su época: así, en Hamlet tenemos una historia de sangre y violencia (la venganza de Hamlet contra su madre y su tío, y de rebote contra Polonio y Laertes) que aporta el ruido y furia que según el propio Shakespeare demandaban los espectadores; y, además, un elemento morboso que surge de introducir dentro de las relaciones familiares pasiones extremas (amor y odio) que no les son propias.

El amor de Claudio por su cuñada y el odio hacia su propio hermano, además de constituir un triángulo amoroso, tiene resonancias incestuosas (los cuñados son hermanos políticos: en muchas culturas tienen, por ello, prohibido unirse sexualmente, incluso si su cónyuge muere). En la relación de Hamlet con sus padres hay una suerte de complejo de Edipo inverso (Hamlet ama a su padre y odia a su madre, como si fuera una hija y no un hijo), en el que rascando un poco aparece, sin embargo, el complejo de Edipo clásico: Hamlet venga a su padre menos por amor a él que por sentirse incapaz de escapar de las órdenes que este le da (aunque lo intenta, a través de la dilación y la duda); y odia tanto a su madre porque ha entregado su afecto a quien no debía, negándoselo a quienes lo merecían: su padre, desde luego, pero también él mismo.

Tenemos, pues, una historia violenta y morbosa. Y algo más: una historia con profundas resonancias psicológicas (psicoanalíticas, incluso, como si Shakespeare hubiera llegado a donde llegó Freud muchos siglos antes que este). Esas resonancias alcanzan, como vimos, a la mitología y las leyendas, donde tenemos también a mujeres (madres o esposas: Clitemnestra, Ginebra) que traicionan a un marido bueno, o al menos legítimo ( Agamenón, Arturo) para unirse con otro hombre de menor valía, que además es inadecuado por ser vasallo, amigo o pariente del rey traicionado (Egisto, Mordred, Lanzarote). La figura del tío maligno al que el sobrino debe derrotar para vengar al padre muerto nos remite también a la antigua mitología egipcia, a la historia de Osiris, sus hermanos Seth e Isis (esta última, esposa y hermana suya) y su hijo Horus —que a su vez reaparece en la trama de El rey león, con otros nombres (el rey bueno: Mufasa; su hermano maligno: Skar; el hijo vengador: Simba).

3. Energías menores

 Los autores que han analizado el sentido del teatro en general han llegado a la conclusión de que lo esencial en el drama es el conflicto: qué desea el protagonista y qué fuerzas se oponen a su deseo. Desde este punto de vista, está claro que el tema de Hamlet es la venganza. Pero esos mismos autores han señalado también que (contra lo que sugiere el principio clásico de la unidad de acción) una obra solo cobra realmente vida cuando a ese movimiento principal le acompañan otros de menor importancia, asuntos colaterales que también se plantean y que complican lo que si no sería una historia muy simple: Hamlet quiere vengarse, busca cómo hacerlo y lo hace. A esos conflictos secundarios se les llama también energías menores. En Hamlet son numerosos, y cada uno de ellos puede considerarse un tema o subtema de la obra. Señalemos algunos.

3.1. La amistad verdadera 

En la obra, es muy importante la relación de Hamlet con sus amigos, tanto con el único de verdad (Horacio) como con los falsos o superficiales (Rosencrantz y Guildenstern). La relación con Horacio es la única sana que mantiene Hamlet, que en cambio hace un daño irreparable a las dos mujeres que ama: Ofelia y su madre. Horacio no es solo el único que sobrevive al terrible final, sino el encargado de custodiar la verdad y hacerla conocida: Hamlet le entrega lo más valioso que tiene, lo único que realmente le importa y que le ha llevado a sacrificarlo todo, hasta su propia vida. Los amigos falsos representan toda una vida social basada en las apariencias a la que Hamlet se ha entregado cuando era joven, pero que no puede mantenerse ahora que tiene un compromiso con la verdad y está obligado a hacer justicia.

3.2. Un amor que se vuelve imposible 

La renuncia de Hamlet a sus amistades de juventud va acompañada de otra renuncia mucho más dolorosa: rechazar a Ofelia. Ofelia ('útil', en griego) representa en la obra la vida feliz que Hamlet hubiera podido llevar si no hubiera caído sobre él la losa de la venganza, obligándole a abandonar cualquier otro propósito. Hamlet ni puede ni quiere recibir ninguna ayuda de Ofelia, que a pesar de su nombre le resulta totalmente inútil: le sobra. En su rechazo hay un elemento egoísta (Hamlet siente que sus razones son las que importan, y que lo que ella sienta importa poco, o en cualquier caso mucho menos), pero también cabe pensar que precisamente porque ama a Ofelia no quiere arrastrarla consigo como compañera de viaje en un destino que sabe o intuye que tendrá un final horrible. Da la sensación de que Hamlet quiere desengañar a Ofelia para que esta vea que él no merece su amor; y para que, así, lo que le pase a él no la dañe a ella.

3.3. La locura fingida y la real

Fingirse loco es la única salida que le queda a Hamlet, dadas las circunstancias: él sabe que Claudio y su madre son culpables —pero también es consciente de que no se siente capaz de vengarse de manera inmediata. Se siente incapaz de ser hipócrita (de mostrar afecto por su tío y por Gertrude), pero tampoco puede mostrar claramente su hostilidad. Sin embargo, la etiqueta de loco es una coartada perfecta: le permite decir la verdad (ser hostil con quienes odia) sin cargar con la responsabilidad de sus propias palabras y acciones. El precedente de Tristán es inevitable: también llega a la conclusión de que solo fingiéndose loco puede estar donde desea estar (en su caso, al lado de Iseo) y decir lo que quiere decir (revelar lo sucedido desde que ambos bebieron en el barco la pócima fatal). Hamlet se hace el loco, pero su locura, como la de don Quijote, no está reñida con la lucidez y el ingenio. De ahí que Polonio, mientras conversa con él, haga un aparte para declarar que hay método en su locura —que es casi tanto como decir que hay truco, y que sus observaciones siempre parecen llevar al mismo sitio (el ataque a los responsables de la muerte de su padre y sus cómplices).

Esta locura aparente contrasta con la de Ofelia: una mujer que tenía una vida por delante, al lado de su amado, y al ver que se ha quedado sin ella y que ya no hay vuelta atrás (pues no solo Hamlet la ha abandonado, sino que ha dado muerte a su padre, convirtiéndose en enemigo de su familia) es víctima de un estallido de emoción que la desequilibra por completo y la lanza, como una bala, en dirección a la única salida que le queda: el descanso de la muerte. La historia de Ofelia y su figura, aunque no sean centrales a la obra, son tan poderosas que han dado lugar a toda una tradición literaria y pictórica: la muchacha que se ahoga en el río queda convertida en una suerte de no-muerta, una ondina que personifica el carácter fascinante y siniestro del agua y que flota sobre ella sin llegar nunca a hundirse.

3.4. El metateatro 

Shakespeare nos hace pensar que el teatro tiene que ver con la vida haciendo que la obra que representan los actores contratados en la corte de Claudio se convierta en un trasunto lo más fiel posible de la muerte de su padre. No solo el teatro refleja en la obra, como un espejo, la verdad de lo sucedido, sino que su finalidad estética o escapista (agradar al espectador, hacerle olvidarse de sus problemas) es totalmente secundaria: lo que importa es la reacción que provoque en Claudio, que este se delate al reconocerse en el villano de la obra.

Resulta inevitable preguntarse si, a su vez, los personajes de la obra no están ofreciéndonos un retrato de nuestros conflictos: si Hamlet está ahí para recordarnos que a menudo tenemos un deber que cumplir que nos amarga la vida, que no hemos elegido y que quizá nos resulte imposible; si no seremos a veces como Ofelia, alguien que ha puesto todo el sentido de su vida en la persona amada y que al verse rechazada por esta se hunde en el vacío más absoluto; o si, peor aún, no cargaremos quizá en nuestra conciencia con el peso de haber hecho o vivido algo horrible y con la obligación de fingir que no ha pasado nada, como hacen Gertrude y Claudio.

Puede, por otra parte, que se nos invite a reconocernos en Horacio: como amigos fieles de quien nos necesita y depositarios de la verdad que se nos ha revelado a través de la violencia y el sufrimiento, físico y emocional, que llenan la obra.

3.5. La duda 

El motivo de la duda aparece de forma memorable en el monólogo por excelencia de la obra (To be or not to be? That's the question). Hamlet duda ahí entre la pasividad (sufrir los reveses de la fortuna) y la actividad (poner fin a los problemas combatiéndolos), pero también entre la vida y la muerte (identificada con el sueño: un sueño definitivo en el que no sabemos si soñaremos o no).

Pero Hamlet duda antes y después de esa escena de más cosas: se cuestiona si el espectro es realmente su padre, si lo que le ha revelado es cierto y si realmente no le queda otra que cumplir sus exigencias. Se convierte así en un personaje que no había aparecido antes en ninguna historia célebre: el héroe renuente, indeciso, que no tiene prisa por hacer lo que debe ni traza un plan coherente para lograrlo, limitándose a capear el temporal y hacer frente a cada problema concreto que se le plantea (la trampa que le tiende el rey al enviarlo a Inglaterra, el desafío de Laertes).

Al final, pese a todas las dudas Hamlet termina haciendo lo que debe, pero no porque haya decidido hacerlo por fin, sino porque las circunstancias le fuerzan a actuar y terminan produciendo consecuencias inesperadas.

Cabe también dudar si no habrá sido ese el mensaje que Shakespeare ha codificado en su obra: que (como escribió mucho después John Lennon en su canción Beautiful Boy), la vida nos arrastra de manera imprevisible hacia lo que no podemos prever ni evitar: life is what happens to you while you're busy making other plans. Un desenlace que, como el del propio Lennon, suele ser trágico y puede (pero solo puede) que sea revelador, que merezca atención porque en él se revela una verdad digna de conocerse.

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