viernes, 22 de diciembre de 2017

Club de lectura: Cuando el texto hace cruci

Palabrita del Niño Jesús


Muchas cosas le cabe hacer a un texto. Hacer maravillas, por ejemplo; pero también, hacer aguas (mayores o menores): naufragar. Venirse abajo o arriba. Hacen los textos lo posible; pero no es raro, ya lo hemos visto,  que intenten también lo imposible: nombrar una cosa por su nombre verdadero, lograr que lo dicho se cumpla por el mero hecho de decirlo; despertar a los muertos, crear una rosa azul, cuadrar el círculo...

Decir una cosa y otra es una de esas cosas que ciertos textos han aprendido hacer. Decir, de hecho, una cosa —pero dar a entender, sin nombrarla, su contraria. Como en aquellos oxímoros y paradojas (sobre los que volveremos), que nos ofrecen hielo ardiente, instantes eternos, monedas sin valor, un subterráneo cielo... así la ironía nos trae síes que son noes, ahoras que son nuncas. Nada se perdona peor que un favor, dice la paradoja; hay favores imperdonables, coincide el oxímoro; nunca olvidaré lo que has hecho por mí, asegura la ironía: ¡y tú tampoco!

¿Dónde aprendieron las palabras estas artes? Probablemente las hallaron en cualquier parque o patio de escuela. Yo no he sido; ¡lo juro!, dice el niño; pero a su espalda, donde la espalda pierde su casto nombre, dos dedos se cruzan, como sendas tijeras que hacen trizas el juramento. Ojo a esos dedos. Los hallaremos, convertidos en emoji, en jetilla, en cualquier mensaje de las redes sociales. ¡Pero qué fea eres! ¡Te odio!, comenta la mejor amiga a la chica que sube, afanosa, su mejor yo a Instagram. ¿Aparece un smiley? Lo suponemos, si no. Hay ironías tan repetidas que han perdido en algún momento la marca que las delataba como tales. La señal se ha vuelto invisible, diluida en el contexto, la situación. Está, pero no está; no está, pero hay que contar con ella.

No es cosa que la lengua misma no sepa hacer. Nunca he visto una cosa así, dice primero el hablante, con ese adverbio de tiempo que es también una negación, un modificador oracional. En mi vida lo he visto, insiste, diciendo lo mismo. Pero esta segunda vez ¿dónde ha ido a parar la negación? En mi vida, de repente, ha venido a decir nunca, que es exactamente su negativo. La sintaxis nos permite estos juegos; si es que no es ella la que juega con nosotros, convirtiendo el oro en plomo y viceversa, cual traviesa alquimista.

Hay seres, en fin, literalmente marcados por la ironía. Su nombre o su apodo les acompaña como un calcetín del revés: una antífrasis. Ahí viene el Simpático, decimos. La alegría de la huerta. Glukadion, 'dulcecito', llamaban los griegos de antaño al vinagre.

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