domingo, 23 de septiembre de 2012

Un diario de sueños


Mientras nos bañamos se nos ahogan algunos recuerdos. 
(Ramón Gómez de la Serna)

Muchas personas no recuerdan sus sueños, o los recuerdan solo esporádicamente (cuando tienen una pesadilla, por ejemplo). Como se ha comprobado muchas veces en el laboratorio, esto no significa que no sueñen; indica más bien que, por la razón que sea, su consciencia no tiene el menor interés en conocer su otra vida, la que acontece mientras duermen y ocupa, si sumamos todas las horas de sueño de una vida, años enteros de experiencia.

Por otra parte, incluso aquellos que nos sentimos fascinados por los sueños tenemos una acusada tendencia a olvidarlos. Merece la pena analizar la mecánica de este olvido. Cada día de diario un reloj o (en el caso de los más afortunados) una voz amiga nos arranca del sueño, a menudo (aunque no siempre) interrumpiendo un período de lo que los estudiosos de la fisiología del sueño llaman ‘período MOR’ (movimiento de ojos rápido) o, en inglés, REM (Rapid Eyes Movement). Durante este período tienen lugar los sueños: en realidad, el tipo más complejo de sueños, que incluyen imagen y sonido (y a veces percepciones de otros sentidos), por oposición a los sueños que tienen lugar fuera del período MOR, que son más bien verbales, una verdadero discurso (si no escritura) automático.

En el momento de despertarnos, el recuerdo del sueño está ahí, a nuestro alcance. Pero pocas veces tenemos la disposición necesaria para explorarlo: nos urgen otras tareas, como asearnos, vestirnos, desayunar o preparar nuestras cosas. Incluso si dedicamos un segundo a considerar el sueño, la valoración del mismo suele ser desdeñosa: no tenemos tiempo que perder con fantasmagorías.

En medio de ese proceso de preparación para la jornada, el enlace al sueño caduca. Sucede alguna vez que a lo largo del día algún elemento de la vigilia restablece de pronto la conexión, y el recuerdo de lo que hemos soñado, aunque más confuso y desvaído que cuando despertamos, se hace de nuevo presente. Pero lo común es que perdamos sin más el recuerdo de parte de nuestra vida.

Dado que el psicoanálisis considera los sueños la vía regia o camino principal al inconsciente, Freud y sus discípulos animaron a sus pacientes a recordarlos y anotarlos, para disponer de un material adecuado para la terapia. Además, los propios psicoanalistas se habituaron a copiar los sueños que les contaban sus pacientes, anotando con cuidado cada detalle, pues la revelación que buscaban podía estar oculta en cualquier parte. Surge así todo un corpus o tesoro de diarios o libros de sueños, popularizando un género que ya existía desde hace siglos: siempre ha habido personas cuyos sueños, considerados proféticos, han sido anotados y analizados con esmero. En nuestra cultura, tenemos un ejemplo en los sueños de Lucrecia de León, una muchacha que vivió en la época de Felipe II y cuyas vivencias nocturnas desempeñaron un papel importante en la política de su época.

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