lunes, 2 de diciembre de 2019

Aman (Esther Almoharín)





Seguimos cada viernes con nuestro Club de Lectura, que este curso hemos llamado Condiciones de Luna. El astro, en efecto, guía nuestros pasos. A veces, leemos textos que nos ayudan a adentrarnos en la rica literatura relacionada con la Luna, como el pasaje de los Relatos verídicos de Luciano de Samosata donde se describe por primera vez a los selenitas, los presuntos habitantes de la Luna, con sus curiosas morfología y costumbres. Y otras veces tenemos la suerte de que alguna de las participantes se lanza y nos trae algún texto de su propia cosecha.


Así fue el pasado viernes, en que Esther Almoharín nos trajo uno de sus poemas más recientes, Aman. Que dice así:


AMAN 

Cuenta en su espalda los lunares
mientras se desnuda tan suave
ante sus ojos de cristales
que luchan por poder mirarse. 

Lo mira sencilla y discreta,
traza líneas en sus caderas,
traza líneas de oro tan eternas,
pierde el sentido y la paciencia.

Acaricia sus labios gruesos
queriendo sepultar el tiempo,
pues cuando amamos sin aliento,
somos soledad, fuego y besos.

Rodea solo su cintura, 
se tumba sobre él y escucha 
su agitado pecho que busca 
refugio en su hermosa figura. 

Él se desnuda en cuerpo y alma, 
ella tan hermosa lo abraza. 
Él teme, le faltan miradas; 
un toque, con eso lo calma. 

El tiempo ya se está acabando, 
están a un reloj tan atados, 
prisas, piel y labios mojados, 
pensamientos desordenados. 

Y vuelan ropa y sentimientos; 
crecen la distancia y el miedo 
que paraliza al más inquieto, 
también la luna está sufriendo. 

En la inmensidad de la noche 
surgen dos almas de colores 
que sufren, que duelen, que corren, 
que por solo una vez son jóvenes. 

En ese momento son uno, 
son magia, tiempo y un mundo, 
se aman dolidos, confusos 
mientras reluce el cielo oscuro. 

Y la luna observa su cama 
en la que sobran las palabras, 
en la que ríen, bailan, callan, 
en la que viven, sueñan, aman.

En la conversación que sigue, hablamos con Esther de muchas cosas: para empezar, de la naturaleza del verso que ha elegido, ese precioso eneasílabo, que es el primero de los versos de arte mayor, y al que Rubén Darío recurrió también para uno de sus mejores poemas, la Canción de otoño en primavera (Juventud, divino tesoro, / ya te vas para no volver; / cuando quiero llorar, no lloro / y a veces lloro sin querer...).

El eneasíĺabo nos aleja de la poesía popular (que muy rara vez lo usa) y nos acerca a la poesía culta: pero a una rama muy especial de la misma, la poesía modernista. Y ese acercamiento se produce también en el vocabulario y las imágenes del poema, que son particularmente sensuales y sensitivos (por usar una palabra cara a Darío). Más en serio que en broma, alguien comenta que con este poema la autora sale del romanticismo (que siempre le ha sido muy querido) y se adentra en el modernismo.

Con todo, de la tradición popular permanece la rima asonante, que al volverse monorrima en cada estrofa (en variación de la venerable cuaderna vía) favorece el ambiente de morosidad, de amorosa insistencia. Es notable el uso diestro del esdrújulo jóvenes en asonancia en ó.e con los llanos noches, colores y corren, que delata que la autora conoce y domina las reglas (no siempre bien explicadas ni entendidas) de la rima castellana.

No pasa desaparecibido tampoco el guiño a la Luna, nuestra patrona, que aquí vigila y protege el encuentro de los amantes.

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