Me levanté muy temprano, me asomé a la ventana de mi habitación. Todo estaba cubierto
de hielo y vi varios coches aparcados en la calle. Entonces recordé el sueño que había tenido
esa noche.
Era un sueño raro pero a la vez divertido.
Mis amigos y yo íbamos por una acera, algo nos deslumbró y nos llamó la atención. Del
escaparate de una tienda de automóviles salían luces de colores. AI pasar por Ia puerta, esta se
abrió sola y uno detrás de otro fuimos entrando al concesionario. Era enorme, parecía una gran
ciudad.
Los coches eran de distintos colores, rojos, amarillos, blancos... todos eran deportivos,
colocados en fila.
Había un vehículo para cada uno de nosotros. Nos montamos en los coches. Yo elegí el
rojo. Hicimos carreras dentro del local, la meta era la mesa del vendedor, donde había revistas
de publicidad, bolígrafos y cuademos de notas. Las sillas y tas plantas de decoración nos
sirvieron de obstáculos para el circuito que nosotros deberíamos superar. No recuerdo su
forma exacta pero sí sé que era muy largo. El suelo, que era de mármol, hacía que las ruedas
patinaran, quedó con marcas de derrape. Al frenar y acelerar, los coches iban carnbiando de
color e iluminándose. Algunos se transformaban en camiones y otros en motos.
Estuvimos allí durante mucho tiempo, luego decidimos cambiar el aspecto de esos
coches. Los pintamos a nuestro gusto y los diseñamos. Al mío le puse un alerón y una franja
blanca en el medio.
Más tarde comenzaron a llegar clientes y se quedaron sorprendidos con lo que habíamos
hecho. Empezaron a preguntar dónde estaba el encargado, en ese momento sonó el teléfono,
no sé si fue el del concesionario o el de mi casa, pero yo me desperté.