domingo, 21 de abril de 2013

Entrevista a José María Merino



Este viernes  19 de abril nuestros alumnos de 1º de Bachillerato tuvieron la oportunidad de escuchar en directo a José María Merino y hablar con él en la Casa de la Cultura de Navalmoral de la Mata. En homenaje al escritor (cuyos Cuentos del reino secreto puedes encontrar en la Biblioteca, con dedicatoria del autor), rescatamos esta entrevista inédita:

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Ordenar la habitación siempre es provocar al desorden, que sale de cualquier esquina con regalos imprevistos, decidido a apartarte de tu misión. En este caso, lo ha conseguido: he encontrado una entrevista inédita que hicimos al escritor José María Merino para el programa de radio El otoño en Pekín, que mi buen amigo Antonio y yo emitíamos en la primera mitad de los 90 en Onda Verde, y me he sentado de inmediato a disfrutarla (ya habrá tiempo de seguir sorprendiéndose). Agradezco al Alejandro de entonces la transcripción de la entrevista, que debió de ser cansada, pues se interrumpe sin razón aparente (¿quizá saltó la cinta?).

No me acuerdo quién nos presentó a Merino, pero el hombre fue muy amable con nosotros. Nos recibió en su casa y quedó en llamar al programa cuando emitiéramos la entrevista. Como éramos como somos, al llegar a la emisora nos dimos cuenta de que habíamos traído todo (música ad hoc, cuñas, sintonía) menos la cinta en cuestión. No sé si al final llegamos a emitirla. Si no, éste es el estreno, quince añitos después.

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—Vamos a hablar de ti un poco. Eres un autor leonés, pero de origen gallego.
—Bueno, yo nací en La Coruña, por las causas azarosas de que mi padre en la guerra se había ido, digamos, escapado hacia Galicia, y, bueno, allí conoció a una señora que resultó mi madre. Nací en La Coruña pero me crié en León. De todas formas, estoy muy vinculado a todo el Noroeste, a Asturias y a Galicia, porque de niño he veraneado en Asturias, he veraneado en casa de mi abuela en Galicia; pero claro, soy sobre todo leonés, si cabe hacer estas distinciones, porque me crié en León, y en León está mi formación sentimental, digamos, de los inviernos. Mi más dura formación, pero también muy intensa, es leonesa. Luego, la de los veranos, la de la ensoñación, puede que sea gallega, pero la de lo cotidiano es leonesa.

—De cualquier forma, dos territorios muy verdes, naturales, y propicios también al misterio...
—Pues sí, yo creo que sí (porque son todas estas tierras...) Sobre todo, aunque a mí el mar me llama mucho, y me gusta mucho el mar, mi infancia no es tanto marítima como de pequeñas aldeas con ríos, con montañas. Es ese paisaje un poco, en fin, muy abrupto, y muy lleno de cosas. En ese sentido, los paisajes desérticos me impresionan, pero no estoy nada familiarizado con ellos.

—¿Y cómo has sentido ese sustrato de leyenda y tradición que siempre aparece en tus relatos? ¿Es algo permanente, como innato, o es algo recurrente?
—Bueno, yo creo que de niño escuché bastantes historias, y esas cosas siempre te van dando una tendencia; y luego, fui un lector fervoroso, sobre todo de historias fantásticas. Se puede decir que, durante un tiempo de mi vida, para mí la Literatura eran aventuras e historias fantásticas. Luego ya descubrí que no, que había una literatura seria y ya me hice también un degustador de la Literatura seria. Yo siempre he dicho que intento mantener en mí un lector inocente, que era el lector primerizo, y un lector avisado, un lector irónico, que es el lector, digamos, ya de la juventud, no de la infancia. He intentado mantener esos dos lectores dentro de mí.

—Y, ya por curiosidad, esas leyendas que te contaban, ¿cómo te las contaban? Porque, por lo menos nosotros, que somos ya de ciudad ciudad, los únicos cuentos y leyendas a los que hemos tenido acceso han sido a través de libros y más libros.
—Pues había de todo. Había desde familiares mayores, o criadas, o mi misma abuela gallega, o mi abuelo leonés, que me contaban historias. No sé, historias de todo tipo. No es que fuesen unas historias especialmente cargadas de trama, sino que eran muy sugerentes. A mí, por ejemplo, se me ha quedado siempre muy grabado las historias de huidos, de la gente que se había echado al monte para huir de la represión; o de la gente que había tenido que irse, por razones también políticas; o que había emigrado, y que entonces creaba otra familia, y acababan siendo bígamos... En fin, esas historias extrañísimas. O esas historias de extrañas venganzas, de robos, de un tipo que se había emborrachado y le habían robado una noche. O historias de lobos, por ejemplo, yo recuerdo muchas historias de lobos, que eran siempre terribles, las historias de lobos. Luego el lobo entró ya dentro, digamos, del sistema ecológico, y ya hemos sido con él mucho más... en fin, le hemos tratado mucho mejor, pero los lobos en mi infancia eran terribles, agresivos, peligrosos... Un día, yo recuerdo que cuando nevaba tanto, porque en León siempre nevaba mucho, ahora el cambio climático yo lo he ido viendo con la edad, con los años, pero todavía contaban pues como cuando a un motorista los lobos le tiraron de la moto, en la carretera de Asturias, a cuatro kilómetros de León, y allí mismo lo mataron y lo comieron, teniendo yo cuatro o cinco años. Tened en cuenta, además, que, efectivamente, el haber vivido en una pequeña capital de provincia en la posguerra era el sitio más lejano del mundo, y la sensación de que allí todo lo importante había pasado hacía miles de años. Ya no podía pasar nada, yo siempre digo : sólo pasaba la Vuelta ciclista a España y el Circo americano. Y ahora ya no pasa ni la Vuelta ciclista a España, o sea que ya no sé qué queda. Pero, ciertamente, vivías en un mundo un poco ávido de fábulas. Todo se convertía en algo..., adquiría, bueno, cualquier relato de una menudencia se convertía en un relato mítico.

—Es interesante, porque siempre se piensa en ese origen mítico de la leyenda, y en realidad ocurre constantemente. Como la historia de los lobos.
—Yo creo que la leyenda nace así, la leyenda nace de un pequeño hecho que tiene una cierta trascendencia individual y que se desorbita socialmente hasta convertirse en una especie de mito que pasa de boca en boca. Yo creo que siempre es la habilidad del narrador, el convertir la cosa más, tal vez, pequeña o insignificante del mundo en una aventura extraordinaria, y el hacer que eso se transmita.

—Yo recuerdo, por ejemplo, que yo tenía un profesor, Carlos García Gual, que era muy afecto al mito, y una de las cosas que recuerdo haberle oído, creo que era una cita de alguien, es que el mito pertenecía al territorio de la memoria, y que el territorio de la memoria en estas generaciones se hacía cada vez más estrecho, más neblinoso, y en ese sentido el mito tendía a desaparecer porque vivimos en una civilización de informaciones efímeras, en la que la memoria se hace cada vez menor. Tú, en ese sentido, ¿eres todavía optimista en cuanto a que pueda quedar siempre un sustrato o una capacidad imaginativa capaz de crear mitos y leyendas, o crees que el camino va, en ese sentido, en contra?
—A pesar de todo siempre mitificamos. Ahora, cuando ves por ejemplo que se habla de las tribus urbanas, y de los ritos de las tribus urbanas; eso está cargado de mitos, aunque desde luego son mitos degradados. Los grandes mitos de la Era Dorada, si alguna vez existieron, los hemos vivido en la psiquiatría : el complejo de Edipo, o la cantidad de complejos que hemos redescubierto en los clásicos. Tal vez los grandes mitos se han degradado. El mundo rural estaba cargado de mitos, y también se han perdido. Muchos, gracias a la racionalización a través del cristianismo. No olvidemos que los mitos están muy vinculados a la superstición, en el mejor sentido de la palabra: a las viejas creencias, a la vieja religión, al paganismo. El cristianismo, en ese sentido, lleva una guerra terrible contra los mitos, aunque muchos los incorpora y los asume. Pero claro, en el mundo rural el mito funciona porque está muy vinculado al ciclo de las estaciones; por lo tanto, está muy vinculado a la rueda de la vida, de la generación de los frutos, del nacimiento de las bestias. Allí funciona mucho el mito, y por eso, tal vez, yo he vivido mucho el mito en el mundo rural, y en el Noroeste, que es un mundo arcaizante, que tiende a cierto arcaísmo rural. En la capital, en el mundo del consumo, en el mundo de la sociedad industrial, claro, los mitos efectivamente ya no viven con nosotros, no pertenecen a lo cotidiano; pero se trasfunden en muchas cosas, y yo muchas veces los veo, incluso, en películas, en las grandes películas de los años cuarenta, años cincuenta, que están cargadas de mitos. Yo he hecho un análisis de Casablanca desde la perspectiva mítica, y es una historia de héroe y dragón; hay un árbol que es el centro del mundo, que es el famoso bar, no sé cómo se llama. El héroe renuncia, incluso, al amor, al final hay un sacrificio del amor... El cine está lleno de elementos de los mitos.
Ahora, por supuesto, el sentido mítico del tiempo, por ejemplo, se ha perdido totalmente, y en eso el mundo de lo efímero, y la cultura de lo efímero, que es la cultura del consumo, es una cultura profundamente antimítica, y va en contra también de la memoria, porque tiende a unificar, a que todos los seres seamos exactamente iguales y consumamos exactamente lo que quiere la cultura del consumo, que en realidad estará manejada por tres o cuatro corporaciones. Efectivamente, los mitos tienen mucho que ver con la memoria, con la conciencia del tiempo, con la conciencia de la muerte... Pero es que, claro, la sociedad de consumo tampoco quiere que pensemos en la muerte. Quiere otro producto humano, y no sé si lo acabará consiguiendo. Pero, a pesar de todo, por ejemplo, las relaciones de la juventud tienden a estereotipos míticos. Las relaciones del fan o del aficionado a cualquier cosa relacionada con los héroes, la magnificación del héroe, el estereotipo del héroe. En muchos casos, yo pienso que hay esquemas de lo mítico, muy degradados, ya te digo. Y que es difícil acabar con los mitos; al fin y al cabo, yo creo que los seres humanos estamos cargados de mitos porque a pesar de todo vivimos en el tiempo, somos efímeros, y tendemos a buscar cosas que le den una cierta perennidad a nuestro pensamiento.
De un modo u otro, es difícil acabar con el mundo mítico.

—Y de hecho, siendo cierto que esta civilización del consumo iría por principio contra la raíz del pensamiento mítico, la fantasía es un éxito editorial sin precedentes en este final de siglo.
—Sí, sí, yo creo que es curioso eso, por eso pienso que lo fantástico lo echas por la puerta y te entra por la ventana, y que es realmente muy difícil acabar con el pensamiento mágico. Yo soy muy aficionado a leer todo lo que hay sobre fantasía, y ahora, por ejemplo, hay un autor, Tommy Sivers, que es un autor americano, que estudia lo fantástico romántico a la luz de lo que llama él "supervivencia de la superstición", que es supervivencia del pensamiento mágico. En lo fantástico hay pensamiento mágico, y el pensamiento mágico siempre es un pensamiento no racionalista y, digamos, antihistórico, y todo lo que es antihistórico, pues tiende a ser mítico, evidentemente.
Yo creo que sí, que a pesar de todo en el gusto por lo fantástico es claro que hay una recuperación del pensamiento mágico y de lo atemporal. Es sorprendente que, por ejemplo, una de los últimas utopías del siglo XX, que yo creo que ha sido la fantasía científica, la ciencia-ficción, muchos grandes autores de la ciencia-ficción se están pasando a las espadas y brujería y al género fantástico, porque es lo que la gente demanda. Yo lo lamento porque me gusta mucho la clásica Ciencia Ficción, pero yo creo que ya ni como utopía aguanta la SF, es que ya no creemos ni en la SF.

—¿Tú crees que, entonces, se puede volver a una situación como cuando llegó a surgir Frankenstein, en que después de la victoria del racionalismo, de aplicar todas las leyes lógicas, surja de nuevo lo imposible?
—Hombre, yo creo que el Romanticismo sale de muchas cosas, porque, por ejemplo, Frankenstein es curioso, habría que analizar Frankenstein, que es una historia científica, moderna, de su época, escrita seguramente con plumilla de acero, porque yo creo que el paso de la plumilla de ganso a la plumilla de acero, que fue por esos años, tiene mucho que ver con la crisis romántica y con el siglo XIX. La reflexión sobre Frankenstein es durísima, el extremo de racionalismo, de cientifismo, el método científico, el intento de que el hombre domine a la Naturaleza, lo que crea es un monstruo terrible que realmente acaba destruyéndole; no destruyéndole, porque acaba volviendo a los hielos, pero lo único que ha creado es dolor, lo único que ha traído el mundo es... Ha creado un ser esplendoroso, maravilloso, que le hace parecer a Dios a Frankenstein, pero que es un ser lleno de dolor...

2 comentarios:

  1. Corrijo, sin acritud, a mi alter ego de los 90. Carlos García Gual no es un autor del pasado: sigue dando clase y publicando libros espléndidos, como el dedicado a Edipo, Enigmático Edipo. Mito y tragedia (Fondo de Cultura Económica, 2012). La cita sobre el país de la memoria está tomada de Marcel Detienne y García Gual la recuerda a menudo (por ejemplo, en este artículo de El País). En la Biblioteca puedes encontrar, entre otros, el libro estupendo que García Gual escribió sobre el Rey Arturo y sus Caballeros.

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  2. En la Biblioteca te esperan también otros libros de García Gual: Epicuro, sobre el fundador de la escuela epicúrea; La secta del perro, sobre los cínicos; una magnífica Introducción a la mitología griega y sendas traducciones de la Odisea, El viaje de los Argonautas (de Apolonio de Rodas) y la novela griega Calímaco y Crisorroe. Esta última es una joya, pues se trata de la edición publicada en 1982 en la desaparecida Editora Nacional.

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