En este instante
hay alguien rezando a Dios
sobre una alfombra, sobre la arena
pidiendo fuerzas
para matarnos
con su cuerpo, sus prótesis, sus bombas,
pidiéndole a Dios que le libere
de la incómoda certeza
de que un hombre se mata cuando mata,
de que somos iguales a él
en cuerpo, en sufrimiento, en gracia aérea
y que No
matarás
sigue siendo el mandato. Que matarnos
es la peor manera de buscarnos
y que es hora de amar en el reloj
que bate en nuestro pecho —y en el suyo.
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