WHEN I WAS A BOY...
....everything was
right, canta John Lennon en She said,she said, una de las canciones del disco Revolver, publicado por los Beatles en 1966. La vuelta a la niñez,
el viaje de vuelta, es una experiencia muy propia de la época: constituye el
centro de la terapia psicoanalítica, que busca en nuestras vivencias infantiles
la clave de nuestra personalidad adulta, y es también un momento clave de las
experiencias con enteógenos como el LSD u otros fármacos psicodélicos, con los
que Lennon y los demás Beatles andaban muy ocupados en aquellos días. Poco
después, en 1967, publicarían un single cuyas
dos caras (Strawberry Fields Forever y
Penny Lane) son sendas
retrospecciones sobre los recuerdos infantiles de Lennon y McCartney. Cada uno,
eso sí, a su manera: Lennon, el eterno introvertido, ególatra y autocrítico al
mismo tiempo, se describe a sí mismo como un niño subido a un árbol que queda
demasiado arriba o demasiado abajo para los demás niños, incapaz de comunicarse
con ellos (No one, I think, it's in my
tree; I mean, it must be high or low), mientras que McCartney es el niño
observador que recorre la Callejuela del Penique observándolo todo (el barbero
que tiene en su tienda una foto de todos los clientes, el banquero que nunca
lleva traje de lluvia, las chicas que son, a ojos de un adolescente ávido de
amor, un fingerpie: un dulce pastel
al que hincarle los dedos —y el diente).
Lennon tenía motivos muy personales para sentir que cuando
era un niño, todo estaba OK; y que luego no hizo más que irse al infierno.
Cuando era un niño, sus padres vivían, e incluso vivían juntos. Luego, a los
cinco años, se fue su padre, para no volver, y a su madre se la llevó por
delante un coche cuando tenía 17 años. La sombra de esto le persiguió toda su
vida. En el estribillo de Mother, una
canción que grabó ya en solitario, en el disco de 1970 John Lennon. Plastic Ono Band, lo resume así: Mother, you had me / but I didn't have you. / I wanted you, you didn't
want me. Father, you left me / but I never left you; / I needed you, / you
didn't need me. La canción se cierra con este grito, repetido una y otra
vez: Mama don't go, / Daddy come home.
Pero, aunque todas las infancias no fueran tan traumáticas
como las de Lennon, el anhelo de recuperar aquello que perdimos al dejar de ser
niños es recurrente en la poesía. Agustín García Calvo, para quien toda poesía
era elegíaca, escribe en su poema Solo de
lo negado que el hombre canta por su
niño antiguo:
Sólo de lo negado canta el hombre,
sólo de lo perdido,
sólo de la añoranza,
siempre de lo mismo.
Cuando cerró para siempre el huerto
la cancela de espinos,
entonces se inventó la queja de la lira,
la flauta del suspiro.
Y desde entonces sólo canta
en su torre el cautivo,
a su rueca la esclava,
el desterrado en el navío.
De la jaula aletea y sangra
el pájaro desconocido;
salir quiere y no puede:
su jaula es él mismo.
Y por eso el minero canta,
por un sol de oro limpio;
canta el pobre, la pena canta;
no canta el rico.
Entre las piernas de la amiga,
vida busca el amigo,
y se encuentra con un tesoro,
de verdes ojos fríos.
Y así es como canta el hombre,
por su niño antiguo,
y la boca sin pan y sin besos
y el cielo vacío:
siempre de la añoranza, de lo negado,
de lo perdido;
siempre de lo de otro,
nunca de lo mío.
sólo de lo perdido,
sólo de la añoranza,
siempre de lo mismo.
Cuando cerró para siempre el huerto
la cancela de espinos,
entonces se inventó la queja de la lira,
la flauta del suspiro.
Y desde entonces sólo canta
en su torre el cautivo,
a su rueca la esclava,
el desterrado en el navío.
De la jaula aletea y sangra
el pájaro desconocido;
salir quiere y no puede:
su jaula es él mismo.
Y por eso el minero canta,
por un sol de oro limpio;
canta el pobre, la pena canta;
no canta el rico.
Entre las piernas de la amiga,
vida busca el amigo,
y se encuentra con un tesoro,
de verdes ojos fríos.
Y así es como canta el hombre,
por su niño antiguo,
y la boca sin pan y sin besos
y el cielo vacío:
siempre de la añoranza, de lo negado,
de lo perdido;
siempre de lo de otro,
nunca de lo mío.
Ambivalente, el adulto percibe la niñez, al mismo tiempo o
por momentos, como algo que le ha sido extirpado y que no recuperará nunca y
como lo único que nunca podrán quitarle (y, en verdad, como sabemos por quienes
lo han vivido, los recuerdos infantiles se mantienen y hasta acrecientan su
intensidad cuando uno empieza a perder la memoria de lo inmediato. Δὶς παῖδες οἱ γέροντες, dos veces niños los viejos, dice un
proverbio griego). Lo segundo es evidente en proclamaciones como estas:
La verdadera patria
del hombre es la infancia (Rainer Maria Rilke).
La poesía es un estado
de infancia sostenida (Juan Ramón Jiménez).
Fernando Savater reivindicó la literatura que leyó de niño y
adolescente en el que probablemente sea su libro más hermoso, La infancia recuperada; publicado en
1976. Como aprendió desde pequeño a leer en inglés y francés, allí hablaba, por
ejemplo, de Tolkien cuando su obra aún no se había traducido al español.
Una tentación para los poetas es intentar no ya hablar de la
infancia, sino hacerlo desde ella, intentar recuperar la visión del mundo que
uno pudo tener cuando era niño. Uno mismo lo intentó en este poema, por ejemplo:
Escenas de niños
De niños, lo soñado es lo vivido
(quizás en otra octava) y todo es amplio
y al mismo tiempo íntimo: no sabes
si vuelves a tu casa o si tu casa
se vuelve a hacer visible. Tus amigos
provienen con certeza de otro mundo
y son como demonios familiares
que acuden y se van con flor de hechizo.
Tus padres, esos reyes tan solemnes,
esconden un bufón que te asesina,
romántico, a cosquillas. La desgracia
es sólo una muñeca polvorienta,
probablemente ajena. Siete y once
no saben todavía que son primos
y juegan a quererse. De pequeños,
el mundo es como el bosque; tú, la fiera
que no sabe por quién doblan los cuentos.
(quizás en otra octava) y todo es amplio
y al mismo tiempo íntimo: no sabes
si vuelves a tu casa o si tu casa
se vuelve a hacer visible. Tus amigos
provienen con certeza de otro mundo
y son como demonios familiares
que acuden y se van con flor de hechizo.
Tus padres, esos reyes tan solemnes,
esconden un bufón que te asesina,
romántico, a cosquillas. La desgracia
es sólo una muñeca polvorienta,
probablemente ajena. Siete y once
no saben todavía que son primos
y juegan a quererse. De pequeños,
el mundo es como el bosque; tú, la fiera
que no sabe por quién doblan los cuentos.
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