sábado, 16 de febrero de 2019

Daniela vuela


Hoy hablamos en el Club de Lectura de volar, a propósito de estos dos microrrelatos de Daniela Luengo, una de nuestras alumnas, que ganó con ellos el Primer Concurso de Agudezas y Brevedades del curso pasado.

A. Y le tiraron por el precipicio, pero olvidaron que tenía alas.
B. A cada uno le faltaba un ala, pero juntos podían volar.
(Daniela Luengo)

Ambos textos plantean la cuestión de qué es, metafóricamente hablando, volar. ¡Y es tantas cosas! (No la hemos recordado en el momento, pero sí me ha venido a la cabeza justo después, esta canción del Kanka, que lo explica muy bien: Volar, / lo que se dice volar, / no vuelo...)


(No queda muy lejano tampoco el cántico de aquellos otros cofrades, más bravucones ellos: Soy una avioneta, mira cómo vuelo...)

El vuelo expresa, ante todo, libertad e independencia (respecto a la gravedad, limitación por excelencia). El pájaro que echa su primer vuelo descubre su propia estatura. Como dice William Blake, ningún pájaro vuela demasiado alto si lo hace con sus propias alas.

En el primer relato, las alas del protagonista expresan algo, una capacidad para dejarlos atrás (y abajo), que los que le juzgan y condenan no han sabido, afortunadamente, ver: tal como Minos no supo prever que Dédalo y su hijo escaparían volando del Laberinto. En vez de caer (una metáfora que vendría a confirmar el juicio de los que se creen por encima del protagonista), este se eleva sobre ellos.  Es una parábola muy poderosa.

El segundo relato podría parecer una variante del tema de la media naranja: a cada uno le falta un ala, que es la que tiene el otro, y ambos quedan completos al reunirlas. Pero, como era de esperar en una generación refractaria en gran medida al amor romántico y crítica con sus imágenes, una segunda lectura arroja dudas. Puede que no se trate de dos criaturas que vienen carentes de fábrica de lo que necesitan, sino de dos personas heridas que han perdido una parte importante de sí; y que al encontrar en quién apoyarse no la recuperan, en sentido estricto, pero sí son capaces de salir adelante y hacer lo que desean. No han de ser, necesariamente, amantes; aunque sí se trata de personas que valoran la magia del encuentro con el otro, sin formar por eso con ella una pareja definitiva e indisoluble.

Volar, en fin, es una experiencia habitual en los sueños. Freud, para no defraudarnos (o defreudarnos),  interpretaba los sueños de vuelo como experiencias sexuales, orgásmicas: el cuerpo volador del soñador vendría a ser una metáfora del pene (o el clítoris) que se alza guerrero, pleno de sangre y deseo.  Cercanos a los sueños, los mitos nos presentan figuras aladas que tienen la capacidad de moverse entre mundos diversos: es Hermes, con su casco alado y alas en los pies, circulando entre el mundo de los vivos y el de los muertos, pero también entre dioses y hombres; es el dragón, la serpiente alada, telúrica (o sea, terrenal) y celeste al mismo tiempo.

Te prometo, hermano que mis suelas no tocan el suelo, canta el Kanka. Con esta imagen negativa de libertad y una tercera canción, más viejuna pero acaso vigente, cerramos esta invitación al vuelo lector:

Not to touch the earth,
not to see the sun,
nothing left to do
but run, run, run.



1 comentario:

  1. Como sugiere la imagen (Wendy cosiendo la sombra de Peter Pan), quedan en la entrada muchos hilos por seguir. Uno de ellos ese, el que liga estos textos con el personaje de Peter, al que dedicamos todo el primer trimestre del Club de Lectura, y a su querida Campanilla y su polvo de hadas. La referencia a los Doors también abre otro inmediato: el vuelo (y su pareja de baile, la elevación) como imagen del subidón, metabólico o químico (que no hay lo uno sin lo otro): girl, we couldn't get much higher. Como cantaban, muy adecuadamente, los Pájaros: Eight miles high / And when you touch down / You'll find that it's / Stranger than known.

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