Hoy tuvimos el placer de entregar los premios del concurso Días extraños, en el que invitamos a nuestros alumnos a reflexionar sobre las circunstancias tan especiales que vivimos desde marzo del año pasado, y a narrar sus vivencias durante este período.
Celebramos el acto en la Biblioteca durante el recreo, y nuestra directora, Marta Víctor, entregó a cada uno de los ganadores un lote de material escolar personalizado con el logo y el nombre del centro.
Los ganadores han sido los siguientes:
En la categoría 1 (alumnos de ESO), Miguel Ángel García y Gisela Luengo (de 1ºA) y David Martínez Chiluisa (de 4ºA).
En la categoría 2 (alumnos de Bachillerato y Ciclos Formativos), Julia García Pita y Victoria Cepeda (de 1º Bachilerato B).
En este blog iremos publicando en días sucesivos todos los trabajos ganadores. Comenzamos hoy con el de Julia:
DIARIO DE UN PÁJARO ENJAULADO.
La primavera florecía mientras todos nosotros vivíamos prisioneros entre cuatro paredes de cemento. Miles de manecillas de relojes solitarios se llenaban de polvo, la vida era una rutina incansable de pantallas y teclas. Tantas sonrisas se borraron, las lágrimas y el dolor eran una realidad, pero estábamos tan encerrados en nosotros y muchos no podían verlo. Cada día encendíamos la televisión y observábamos cifras, tasas, pérdidas... Veíamos las mismas noticias y no comprendíamos por qué el mundo estaba dando vueltas, no podíamos imaginar que todo estaba cambiando,
Cada tarde me sentaba en mi sofá rojo, y me convertía en algo diferente. Un día era abogada y al otro, juez; a veces era vampiro, otras simplemente alumna. Y mientras las tardes pasaban una a una, fui cantante, muda, actriz, soñadora y realista. Era todo lo que quisiese ser, estaba en mis manos, tan solo tenía que mirar a una pequeña pantalla de cristal. Pero ser tantas cosas acabó por dejarme exhausta, me di cuenta de que, realmente, yo no era nada.
Al caer la noche, desde el alféizar de mi ventana, volaba con las estrellas. Hablábamos del tiempo y nos reíamos de mis dolores. Me deleitaba con sus bailes y melodías. Observaba las fugaces luces del cielo nocturno y anhelaba mil y un deseos, y en esas horas de penumbra era feliz. Pero cuando llegaba la hora de partir, la nostalgia volvía, la libertad se despedía de mí entre lágrimas y los barrotes de mi hogar se cerraban, una vez más.
El día finalmente llegó. Tras muchas quejas y horas perdidas, los barrotes se abrieron dejando ver la luz del sol. Extendí mis alas y pude sentir el sabor del viento y el aire por todo mi cuerpo. Pero al alzar el vuelo y observar mi alrededor me di cuenta de que no reconocía el mundo que me rodeaba. Tuve miedo y regresé a mi jaula. Así día tras día, eran segundos de euforia que eran superados por el miedo y ansiedad del exterior. Tardé bastante en acostumbrarme a todo aquello que ya no era lo mismo, aún hoy sigo acostumbrándome.
Ahora que estarnos más cerca de esa tan célebre "luz al final del túnel" (si la gente olvida su estupidez por un tiempo), me doy cuenta de que ya no soy la misma. Mi amor por los detalles del mundo aumentó inmensamente al carecer de alas. Detalles corno la luz rojiza de Marte en noches estrelladas, el reflejo de la Luna en el mar, el olor que anuncia tormenta o las dulces caricias de la lluvia al rozar la piel. Mi mente se abrió completamente a la Tierra, enseñándome a amarla como merece ser amada, a olvidar mis problemas e inseguridades y a querer los pequeños momentos de la vida que cariñosamente nos ofrece aún siendo maltratada por nosotros. Y fue entonces cuando el puzzle en mi cabeza se completó y al fin entendí aquella frase que tanto se dice: 'No comienzas a querer algo hasta que lo pierdes".
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