miércoles, 11 de abril de 2012

Un cuento marroquí: Las mellizas


Poco tardan los niños en darse cuenta de que los cuentos que les contamos, los de toda la vida (Perrault, Grimm, Afanasiev...), se repiten. Hay distancia, pero no tanta, de ahí a darse cuenta, como hizo Vladimir Propp, de que (casi) todos pueden leerse como versiones de un mismo y único cuento, formado por determinadas secuencias, prescindibles unas y necesarias otras, en las que elementos que parecen distintos son en realidad equivalentes desde el punto de vista funcional (así, la necesidad de que haya un héroe que actúe viene dada por una calamidad que cae sobre el reino: el papel está disponible para que lo ejerza una sequía, el robo de un tesoro o de una princesa o cualquier otra desgracia que se preste a ello).

Digo esto precisamente porque estos días estoy leyendo algunos cuentos maravillosos que me traen mis alumnas marroquíes, dentro de la campaña de recogida de leyendas urbanas que estamos haciendo, y estas, caballeros y damas, no son historias que uno haya leído antes, en las que puedas predecir qué va a pasar a continuación. Cuesta entrar en su lógica y asombra su crudeza; pero son, en su exotismo brutal, adictivas. Aquí va una de ellas, a ver qué les parece.

Las mellizas

Recopiladora: Fátima Zahra El Arabi, nacida en 1999.
Informante: su prima Habiba el Arabi.
Lugar: Taurirt (Marruecos).
Fecha: 3-4-2012.

Me contaron que había una vez un rey que tenía dos hijas mellizas y cuando se le murió su mujer, los habitantes del pueblo le dijeron que se casara con otra mujer para tener un hijo que fuera el rey después de él. El rey juró que nunca se iba a casar, y así fue. Pasaron los años y las mellizas vivían en riqueza y cuando ellas pedían algo nunca les decían no. Un día vino al castillo una anciana y le dijo al rey que para que sus hijas no fueran tan vagas, una de ellas tenía que comer la carne de la otra, es decir, que una de ellas tenía que morir. El rey se enfadó y la echó del castillo. Pasó un gran tiempo y el rey se murió y los habitantes dijeron que ellas no podían ser reinas y mandar y decidieron matarlas. Vino su prima que era del otro pueblo y las ayudó a escapar y las llevó por un camino lleno de pinchos y una de las mellizas se rajó y se hizo mucho daño y le salió mucha sangre. Cuando llegaron a una cueva, la chica no pudo soportarlo y se murió. Su prima la cogió y la enterró sola, porque la otra chica, como era tan vaga, no pudo hacer nada, solo estaba sentada y llorando. Cuando se iban a dormir en esa cueva su prima se acordó de lo que dijo la anciana y cogió un cuchillo y le quitó un trozo de carne y la volvió a enterrar. Cuando salió el sol, cogió la carne y la cocinó y se la dio a la otra muchacha para que se la comiera. La chica cuando la probó se levantó y empezó a correr y su prima detrás, hasta llegar a su pueblo y les dijo a los habitantes que iba a ser la reina y así fue desde entonces y no había otra palabra después de la suya. Y la gente dijo:

—¡La anciana tenía razón!

[Las dos mellizas se enfadaban mucho entre ellas, hasta que se iban a odiar por un joven del pueblo. Pero por fin descubrieron que el joven estaba casado y quería mucho a su mujer.]

1 comentario:

  1. Traigo este comentario de Joselu (http://olahjl2.blogspot.com.es) al cuento, que me ha parecido magistral:

    Desde luego es un cuento atípico que no concuerda con nuestros esquemas definidos por Propp que analizó cuentos de la tradición occidental. Cuando leí fábulas africanas, en las que los africanos son unos maestros, advertí la extrañeza y el simbolismo ajeno a nuestro modo de ver las cosas definido por una tradición. Pensamos que la narrativa oriental viene marcada por el esquema de las Mil y una noches, pero hay otros factores y símbolos que se nos escapan. Estas dos mellizas representan la dualidad inaceptable, y una ha de morir para que la otra puede reinar alimentándola previamente con su carne y con su sangre. Su falta de adecuación al cargo que las reclama (por su pereza) solo cede cuando una efectivamente se alimenta con la carne de la otra por la astucia de la prima que actúa como coadyuvante para que el héroe alcance su dimensión como tal. La muerte era necesaria para que el héroe adquiriera espesor y destino. En África subsahariana se suele asociar a los mellizos con la desgracia y la expresión de una maldición que solo puede acabar con la muerte de ellos.

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