miércoles, 7 de noviembre de 2012

Azares del cazador (I): Las Mil y una Noches


En esta entrada y otras dos que vendrán, recuperamos tres historias que tienen en común el planteamiento: se trata de cazadores que se pierden en lo inesperado y tienen allí un encuentro crucial, no siempre agradable. 

La primera pertenece a Las mil y una noches, esa joya de la literatura universal que los críticos árabes consideran, paradójicamente, poco menos que subcultura. La citamos por la traducción de Rafael Cansinos Asséns en la editorial Aguilar —una maravilla que no está en nuestra Biblioteca, pero que ojalá llegue a estarlo, el día que se reedite.(Sí contamos en cambio con su estupenda traducción y comentario del Corán, el libro santo musulmán, que se ha publicado recientemente.)

Antes de empezar, una nota de vocabulario: algecira (palabra que no recoge el DRAE) , del árabe alcherisa, es una voz que significa isla, península y toda tierra cercada de agua. En la edición inglesa, de Richard Burton, el encuentro no tiene lugar en una algecira, sino en un lugar ruinoso.
 

I. Historia del hijo del rey y la algola 

(Libro de las mil y una noches, traducción de Rafael Cansinos Assens, 
tomo I, México: Aguilar, pp. 435-6)

Has de saber, señor, que érase una vez un rey, el cual tenía un hijo muy aficionado a salir de caza y montería, y habíale mandado a uno de sus visires que cuidase del príncipe y lo acompañase adondequiera que fuese y no lo dejase. 

Y sucedió que un día de los días salió el joven príncipe de cacería acompañado del visir de su padre como solía. 

Y fueron cabalgando hasta que se toparon con una bestia salvaje, disforme, espantable. Y dijo el visir al hijo del rey: 

—¡A ti te está reservada esa pieza; anda y corre tras ella! 

Siguiola, pues, el hijo del rey hasta perderse de vista y también se le perdió a él de vista la fiera en aquella campiña extensa. Quedose, pues, perplejo el hijo del rey, sin saber adónde huyera la fiera, cuando hete aquí que en un otero cercano divisa una mocita que estaba llorando. 

Y el hijo del rey le preguntó: 

—¿Quién eres? 

Y ella le contestó: 

—Soy la hija del rey de los reyes, de Al-Hind [la India]. E iba por los campos montada en mi bestia cuando me tomó el sueño y rodé por tierra y no supe más qué fuera de mí hasta que me encontré sola y perdida aquí. 

Oído que hubo sus palabras el hijo del rey, luego compadeciose de su estado y la montó a la grupa de su caballo, y siguió adelante por aquella campiña hasta llegar a una algecira. 

Díjole entonces la mocita: 

—Querría, sidi [señor], hacer una necesidad, que estoy que no puedo aguantar. 

Ayudola el hijo del rey a descabalgar y a dirigirse a aquel lugar. Apartose luego por discreción, pero visto que tardaba fue allá tras de ella, sin que lo advirtiera. 

Y hete aquí que era una algola y les estaba diciendo a sus hijos: 

—Hijitos míos, os traigo hoy un joven gordito. 

Y ellos le dijeron: 

—Pues tráenoslo acá luego, madre, y nos lo comeremos y en nuestras panzas nos lo meteremos. 

Al oír tales palabras el hijo del rey barruntó su muerte y los miembros de su cuerpo se le estremecieron y llenósele de pavor el alma y alejose de allí sin tardanza. Salió en esto la algola y lo vio temeroso y azorado, que temblaba de puro asustado, y le dijo: 

—¿Qué tienes y a qué viene ese temor, hijo mío? 

A lo que él fue y le dijo: 

—Es que tengo un enemigo y temo de él. 

Díjole la algola: 

—¿No dijiste tú "soy el hijo del rey"? 

—Y así es —respondió él. 

Y la algola tornó a decir: 

—Pues siendo así ¿por qué no le das a tu enemigo un poco de dinero y se dará por satisfecho?

Pero el hijo del rey le contestó: 

—No se dará por satisfecho sino con mi vida; soy víctima de una injusticia. 

Y le dijo la algola al oírlo: 

—Si eres víctima de una injusticia, según afirmas, invoca la ayuda de Alá y El te librará de su daño y de todo mal. 

Alzó entonces el hijo del rey su frente a los cielos y exclamó: 

—¡Ye [oh] Aquel que oyes la imploración del agraviado cuando lo implora y descubres el mal! Defiéndeme de mi enemigo, ahuyéntalo de junto a mí. Que en verdad eres sobre toda cosa poderoso, oh Alá. 

No bien hubo oído la algola su plegaria, alejose de allí aprisa y en un instante se perdió de vista. Alejose también de allí el hijo del rey y fue a su padre y contole el cuento del visir.

2 comentarios:

  1. Exelente historia gracias por compartirla.

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  2. Te agradeceria mucho compartir la noche 568 saludos y gracias. ralvarez@etasacrisol.com

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