sábado, 29 de marzo de 2014

Mujeres memorables: Dian Fossey



Zoóloga estadounidense nacida el 16 de enero de 1932 en Fairfax, California. Cuando apenas contaba con tres años de edad, vivió una complicada y desgraciada infancia como consecuencia de la separación de sus padres y el maltrato psicológico al que la sometió su padrastro.

Obtuvo su graduado en terapia ocupacional en el San Jose State College en 1954 y se especializó en la investigación de técnicas de trabajo con niños de educación especial. Pasó varios años trabajando en un hospital infantil de Kentucky y, desde su llegada al centro, se entregó por entero al cuidado de los niños discapacitados psíquicos, quienes parecían haberla escogido como principal compañera de juegos y comunicación. Sus métodos gestuales consiguieron mayor cercanía de lo habitual con estos críos tan necesitados de afecto. En 1960, el destino quiso que se topase con el primer texto especializado en gorilas de montaña, de George B. Schaller.

Fossey actuó inspirada por las obras de este zoólogo estadounidense (The Mountain Gorrila: Ecology and Behaviour; The Year or the Gorilla…), con ayuda de la sociedad National Geographic y del antropólogo británico Louis Leakey. Este, convencido de que la investigación de los grandes simios podría aportar información sobre el problema de la evolución humana, animó a Fossey a iniciar un largo estudio de campo de los gorilas, por lo que viajó a África y continuó el trabajo iniciado por Schaller en las montañas de Virunga (Ruanda). Schaller y Fossey ayudaron a desmontar el prejuicio de que los gorilas eran brutales, al demostrar la profunda compasión y la inteligencia social que evidenciaban los gorilas y su paralelismo con la conducta humana.

Los humanos compartimos un 98 % de ADN y el mismo linaje evolutivo con los gorilas,  una especie que no existiría hoy en día si no fuese por Dian Fossey. «Cuando te das cuenta del valor de la vida, uno se preocupa menos por discutir sobre el pasado, y se concentra más en la conservación para el futuro» fue la última frase que la primatóloga escribió en su diario antes de morir.

Al llegar al continente africano, Dian Fossey se asentó en una zona complicada —entre los volcanes Karisimbi y Bisoke— que las tribus locales utilizaban para cazar. Su principal objetivo era hacer un censo de los gorilas de montaña, pues, como se confirmaba en las páginas del investigador Schaller, solo quedaban vivos quinientos ejemplares de esta especie, pero pronto comenzó a relacionarse, incluso a interactuar sorprendentemente con ellos. «Bajé lentamente del árbol y simulé masticar vegetación para darle toda la seguridad de que mis intenciones eran de lo más pacíficas. Los brillantes ojos de Peanuts me miraban... Como parecía totalmente tranquilo, me eché de espaldas en la vegetación, extendí poco a poco la mano, la palma hacia arriba, y la dejé sobre las hojas. Después de mirarla con detenimiento, Peanuts se levantó y extendió su mano para rozar mis dedos con los suyos por un instante... Ese contacto figura entre los más memorables de mi vida entre los gorilas». Así relata la investigadora en su libro Gorilas en la niebla su insólita relación con estos grandes monos de espalda plateada.



La paciencia de Dian Fossey, su meticulosa observación y su formación en métodos de enseñanza gestual le permitieron, al llegar al continente africano, comprender e imitar el comportamiento de estos simios de grandes dimensiones. Una especial relación de complicidad se forjó pronto entre la investigadora y uno de los ejemplares, el gorila Digit, que se mantuvo a su lado mientras Fossey hacía recuento de sus colegas de especie (220 gorilas sumó finalmente la zoóloga). Pero cuando parecía que sus indagaciones en este ámbito iban viento en popa —recibió el doctorado en zoología por la universidad de Cambridge— una batida de furtivos acabó con la vida de su preciado amigo.



Dian Fossey puso en marcha entonces su particular batalla contra este tipo de cazadores, enfrentándose a ellos, combatiendo su actividad, persiguiéndoles junto a guardias forestales y denunciando sus métodos a las autoridades pertinentes. Su empecinamiento le costó caro. La estadounidense se forjó una poblada pandilla de enemigos en la zona. En la Navidad del año 1985 (el 26 de diciembre) la hallaron en su cabaña asesinada a machetazos, una muerte atribuida inicialmente al jefe de los cazadores furtivos de gorilas con los que mantenía enfrentamientos; luego fue acusado Wyne McGuire, un joven estudiante que se encontraba bajo la responsabilidad de ella misma. Según decían, tenía celos de la labor que desempeñaba su tutora. (McGuire huyó a EE.UU justo a tiempo, ya que un tribunal ruandés le acusó del crimen y le condenó a morir fusilado si algún día volvía a Ruanda).

Aunque las circunstancias que rodearon su muerte tardaron tiempo en esclarecerse, años después se supo que el autor del crimen había sido Protais Ziriganyirago, un cuñado del presidente ruandés y capo de los furtivos que se dedicaban a masacrar gorilas. Los esfuerzos y el empeño de Dian Fossey, sin embargo, valieron la pena. Sus investigaciones se hicieron públicas gracias a la revista National Geographic y a su libro, publicado en 1983 con el título original de Trece años con los gorilas de montaña. La concienciación general extendida gracias a sus reflexiones consiguió salvar la vida de los ejemplares supervivientes en las montañas africanas.



Dian Fossey fue enterrada en Karisoke (su lugar de estudio, que pasó a ser centro internacional de investigación sobre los gorilas cuando fundó el Centro de Investigación de Karisoke en 1967). En su tumba, junto a los restos del gorila Digit, reza un epitafio que alude a la investigadora con el nombre de Nyiramachabelli, mote con el que los ruandeses solían referirse a ella. Significa «la mujer que supo adaptarse al bosque». Sus investigaciones resultaron con el tiempo fundamentales para la conservación de estos simios casi extinguidos.

Marisol García

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