sábado, 7 de febrero de 2015

Concurso de Sueños: Lo Que Pasó Aquella Noche

Estaba sola. En un rincón oscuro de mi habitación. Las estrellas brillaban y mis padres no estaban en casa. Por una vez en la vida no estaba pensando en nada extraño. Solo en lo típico de una adolescente de doce años: chicos, estudios, exámenes... De pronto me entró hambre y bajé a la cocina a tomar un vaso de leche caliente. Cuando terminé, empecé a subir las escaleras muy lentamente. De pronto vi algo. Me paré, estuve en silencio unos segundos y... un vaso cayó y se rompió. La mente se me quedó en blanco. No supe reaccionar de otra manera, sólo corriendo hacia la puerta de entrada pero recordé que mi padre había cerrado la puerta con llave para que no me pasara nada. Pero en realidad estaba pasándome algo, pero algo dentro de mi propia casa.
Los ojos se me iluminaron, las manos me temblaban no sabía lo que hacer cuando entonces me acordé de que había una copia de la llave de la puerta en un cajón de la cocina. Rauda y con los ojos bien abiertos me dirigí a la cocina pero cuando fui a abrir el cajón escuché una voz:

—¿Dónde estará esa estúpida llave?

La voz provenía del salón, me aproxime por si había alguien y vi a un hombre alto con la cabeza grande, un pasamontañas y un cuchillo en el bolsillo trasero del pantalón. De repente me entró un escalofrío y me fui al único lugar de la casa que solo yo conocía. iEl túnel del jardín! Fui rápido pero con mucho cuidado hacia allí cuando llegué me puse una capa negra que solo tenía allí porque bajo el suelo del jardín hacía mucho frío. Construí ese túnel cuando mi abuelo murió para llorar sola y en paz. En realidad allí me sentía bien tranquila y sola.


Pensaba que este sitio no lo iba a encontrar nadie pero... la persona que estaba más arriba, en el salón tuvo más suerte que yo esa noche... de repente vi una sombra acercarse a mí muy lentamente y vi al mismo hombre que había visto en el salón. Empezó a hablar pausadamente:

—Así que tú eres esa niñita de la que tanto me habían hablado. No sé por qué pensé que eras una niña pequeña, porque eres casi una mujer.  Desde el primer día en que te vi siempre quise saber quién eras y estuve preguntando, pero ahora resulta que no te quiero más en el mundo. Quiero matarte o secuestrarte... —se le dibujó una sonrisa en la cara y siguió hablando—.  ¿Tú qué prefieres? —y soltó una enorme carcajada—. Jajajajajaja. Morirás, mi pequeña Ann. Morirás.

De repente, se puso serio y sacó de su bolsillo dos cuchillos muy bien afilados, me cogió del cuello y me apretó contra la pared.


De repente y por suerte para mí escuché una voz que decía:

—Ann, Ann. Venga, cariño despiértate, que llegarás tarde al instituto.

Por fin me di cuenta de que todo había sido un sueño, bueno, más bien una pesadilla. Lo bueno es que este sueño he aprendido algo... ¡NUNCA DEJES LA PUERTA CERRADA SI TU HIJA ESTÁ DENTRO DE CASA!

3 comentarios:

  1. Hades, el rey de los muertos, se enamora de la niña Perséfone y aparece de la nada para llevársela. En su boca encajarían perfectamente las palabras que la narradora pone en labios de su asesino: «Así que tú eres esa niñita de la que tanto me habían hablado. No sé por qué pensé que eras una niña pequeña, porque eres casi una mujer. Desde el primer día en que te vi siempre quise saber quién eras y estuve preguntando, pero ahora resulta que no te quiero más en el mundo. Quiero matarte o secuestrarte...» Tratándose de Hades, lo uno es lo otro: pues quien le acompaña deja el mundo de los vivos. Partiendo de esta interpretación, hay en el sueño detalles intrigantes que la complican y enriquecen: para empezar, el asesino está tan encerrado como la niña en la casa (ambos buscan, en vano, la llave) y no se explica cómo ha podido entrar (ni cómo, habiendo podido entrar, no sabe salir). Piensa uno en 'Han caído los dos', de Radio Futura: la visión del amor como una trampa en la que todos los implicados, sean en la superficie presos o carceleros, están igualmente atrapados por el lazo que los une. El vaso de leche caliente también es importante: a veces se dice que en los sueños no hay tacto, gusto u olfato (y por tanto, tampoco sensación térmica), pero está claro que se trata de una generalización impropia. El vaso de leche tibia (¿heredero del pecho materno que calma al niño y lo deja dispuesto para el sueño?) prepara muchas veces el descanso nocturno, pero aquí se convierte en prólogo del sueño eterno (y su quiebra sugiere el final de la infancia, de la inocencia, y hasta de la vida). Notemos, por último, que como tantas veces, morir en el sueño supone despertar en este mundo. Una correlación ciertamente inquietante.

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  2. No son pocos los que piensan que dormir y soñar es como morir a diario. Como una preparación para el sueño definitivo y eterno. No pasa sin embargo de ser una muestra de la actividad cerebral descontrolada e inconsciente; almacenaje y ordenación de la experiencias diarias.

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  3. He leído a Hobson, que es el reduccionista más destacado de las funciones del sueño, y no me ha convencido: no reconozco mis sueños en los que él describe; cosa que sí me pasa leyendo a Jung. Puede que haya escuelas de sueños.

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