En la mitología clásica, la más significativa de entre las mujeres encerradas en torres es quizás Dánae (que en griego significa “sedienta”, curiosa la sed de Delgadina del romance del pasado viernes). El padre de Dánae, decepcionado por no tener hijos varones, consultó el oráculo y le anunció que sería asesinado por el hijo de su hija (o sea, su nieto). Así que no se le ocurrió otra cosa que encerrarla en una torre de bronce (en otras versiones, una cueva). Pero no sirvió de nada, porque Zeus se convirtió en lluvia de oro, la fecundó y así nació Perseo (que efectivamente matará a su abuelo, Acrisio, rey de Argos). Dánae ha sido un personaje muy representado en la historia de la pintura: Tiziano, Rembrandt o Gustav Klimt tienen famosas Dánaes. La representada junto a estas líneas es de Jan Gossaert (1527), y la hemos seleccionado porque aquí aparece encerrada en una torre.
En la tradición judeocristiana, la torre simboliza a la considerada mujer por excelencia, la Virgen María (que es calificada en los textos doctrinales como turris eburnea). Esta asociación nace en el Cantar de los Cantares, libro de la Biblia atribuido al rey Salomón, y desde luego uno de los más bellos. El Cantar de los cantares cuenta una historia de amor entre un pastor y una muchacha, y en uno de sus versículos, el coro describe el rostro de la mujer de la siguiente manera (7:5):
“Tu cuello, torre de marfil. Tus ojos, dos piscinas de Hesebón, junto a la puerta Mayor. Tu nariz, como la Torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco”.
A partir de ahí, y haciendo una interpretación alegórica de los textos bíblicos, se considera que si Cristo es la cabeza y el cuerpo la propia Iglesia, la Virgen (torre de marfil) es el cuello, es el modo de conexión entre Cristo y la Iglesia. Además, se destacan dos de sus atributos: la pureza (representada en la blancura del marfil) y la fortaleza de un edificio vinculado siempre a fines defensivos.
Otra mujer de la tradición judeocristiana asociada a la torre es la mártir y santa Bárbara de Nicomedia. En el siglo XIII, el dominico italiano Santiago de la Vorágine contó en su hagiografía La leyenda dorada la vida de esta santa, que comienza así:
“En tiempos del emperador Maximiano vivía en Nicomedia un tal Dióscoro, pagano de religión […]. Tenía este hombre una hija llamada Bárbara, dotada de tan extraordinaria hermosura corporal , que su padre, movido por el intensísimo amor que a su hija profesaba, y para evitar que cualquier varón la viera, hizo construir una altísima torre y la encerró en ella”.
Pero además de ser guapa, Bárbara era inteligentísima, por eso durante su encierro en la torre renunció a casarse, comenzó a leer y “se consagró al estudio de las artes liberales”. Llegó a los oídos de Bárbara que en Alejandría “vivía un hombre llamado Orígenes del que se comentaba […] que era el hombre más sabio del mundo […] y que conocía al Dios verdadero”, y con él estableció Bárbara una correspondencia secreta a espaldas de su padre.
Cuando el progenitor se entera de que ha abrazado la religión cristiana (y que incluso ha hecho construir una tercera ventana en su torre, símbolo de la Santísima Trinidad) no tiene ningún problema en entregarla al gobernador, para que la castiguen, mediante azotes, y hagan escarnio público, paseándola desnuda por su ciudad. Al final, la joven morirá degollada a manos de su propio padre. Eso sí, cuando este descendía la ladera “cayó sobre él desde lo alto del cielo un fuego misterioso que lo abrasó y consumió tan absolutamente que en el lugar donde esto ocurrió no quedaron siquiera las cenizas de su cuerpo” (La leyenda dorada, 2, capítulo CII).
Otra mujer, también desgraciada, asociada a una torre es Elaine, más conocida como “la dama de Shalott”. Este personaje pertenece al llamado “ciclo artúrico”. Vive en Shalott, una isla rodeada por un río que conduce a Camelot. El romántico inglés Alfred Tennyson nos cuenta su desgraciada vida en un poema muy conocido, sobre todo porque los pintores prerrafaelistas ingleses (la de aquí es de Waterhouse) utilizaron esta leyenda en varios de sus cuadros. Dice Tennyson que Elaine está encerrada en una torre presa de una maldición:
Allí, noche y día, teje
un mágico lienzo de alegres colores.
Ha oído un susurro advirtiéndole
que una maldición caerá sobre ella
si mira hacia Camelot.
Desconoce el tipo de que maldición es,
y debido a ello teje sin parar,
sin preocuparse de nada más,
la Dama de Shallot.
Y moviéndose a través de un cristalino espejo
colgado todo el año ante ella,
aparecen las tinieblas del mundo.
Ve la cercana calzada
discurriendo hacia Camelot:
ve los arremolinados torbellinos del río,
los rudos patanes pueblerinos,
y las capas rojas de las muchachas,
provinientes de Shallot.
Pero un día ve a través de su espejo a un apuesto caballero, Lanzarote del Lago, mira hacia Camelot por la ventana y la maldición se cumple… Se marchará hacia el mar en un barco a la deriva…
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