DOS
TEMAS SOÑOLIENTOS.
EL
REY QUE DUERME Y LOS SIETE DURMIENTES DE ÉFESO.
Una de las
metáforas más antiguas y persistentes es la que identifica el sueño y la
muerte: el sueño es una muerte temporal, de la que resucitamos cada mañana; y
la muerte el sueño definitivo, the big sleep. La mitología griega da una expresión narrativa a esta identidad al
hacer de Hipnos (el Sueño) y Thánatos (la Muerte) dos hermanos gemelos, ambos de sexo masculino; dos
genios alados que se ocupan de conducir el alma de los difuntos hasta el dios
de los caminos, Hermes (Mercurio).
Hipnos (a la izquierda) y Thánatos (a la derecha) trasladan al difunto a presencia de Hermes (en el centro)
Esta metáfora está detrás también de
varias historias tradicionales en las que un personaje o personajes a los que
la gente da por muertos están en realidad dormidos, y en un momento dado
despiertan (o se cree que lo harán en un futuro lejano). Como le sucede a la
Bella Durmiente, durante su sueño estos personajes no envejecen: su reloj se
detiene.
I.
LA SUERTE ESTÁ ECHADA (¡NO LA DESPIERTES!)
Los estudiosos llaman a este motivo The Sleeping King (o The Sleeping Hero): «una figura
legendaria (generalmente, un rey o emperador) duerme (o aguarda) en cierto
lugar oculto (una cueva o una isla) hasta que llegue el momento adecuado para
regresar». En el Motiv-Index de los
folkloristas Aarne y Thompson, el motivo lleva la clave D1960.2. Se conoce
también con el término de sebastianismo,
en referencia al rey portugués Sebastián I, que murió en plena juventud, en la
batalla de Alcazarquivir, en 1578. Sus súbditos no aceptaron su muerte, y se
extendió la noticia de que el rey había partido en realidad al exilio, pero
volvería pronto para salvar al país de sus enemigos. Esta creencia seguía
todavía viva a finales del siglo XIX entre los campesinos brasileños, y el
poeta Fernando Pessoa la defendió en su poema patriótico Mensaje (1933), dándole un valor místico y simbólico.
Entre los personajes legendarios más
famosos que 'se fueron pero volverán' figuran el Rey Arturo (llamado The Once and Future King: 'el rey que
fue y será'), el emperador Federico Barbarroja y Guillermo Tell. La forma más
común de la leyenda presenta a un mortal que descubre accidentalmente el lugar
donde duerme el héroe y recibe la revelación de quién es el Durmiente y cuándo
volverá al mundo exterior. A veces, el mortal vuelve entre los hombres con
algún objeto valioso (una espada, por ejemplo) que le ha regalado el Durmiente,
para que nadie dude de sus palabras.
El
último sueño del rey Arturo en Ávalon (Burne-Jones, 1881)
Generalmente, el héroe se quedó
dormido tras haber recibido un golpe mortal, que hubiera acabado con cualquier
otro. Permanecerá dormido hasta el Juicio Final, o hasta que su país le
necesite. A veces hay señales específicas que anunciarán su regreso: volverá
cuando surja alguien digno de despertarlo (como la Bella Durmiente), o cuando
su barba crezca hasta alcanzar sus pies, o cuando cierto árbol estéril florezca
en pleno invierno, o cuando alguien sea capaz de sacar cierta espada, soplar
cierto cuerno o hacer sonar cierta campana. Mientras tanto, permanece dormido
en su lecho, o sentado en su trono, o presidiendo, sentado, una mesa a la que
están sentados todos sus caballeros.
La historia tiene prolongaciones en
la literatura de terror y la ciencia-ficción. Son frecuentes las historias sobre mortales que
despiertan irresponsablemente con sus hechizos, invocaciones o excavaciones a
Algo o Alguien que había sido derrotado, pero que, siendo demasiado poderoso
para ser destruido, había quedado aprisionado y adormecido: ya se trate, por ejemplo, de una momia egipcia o maya,
de la Reina de los Vampiros (Akasha, en las Crónicas
vampíricas de Ann Rice) o del 'dios' Cthulhu, que yace soñando en su
mansión subacuática de R'lyeh, en las historias de H. P. Lovecraft. Las novelas
y películas sobre viajes espaciales nos han familiarizado también con la idea
de que durante los largos años que transcurren entre la salida de la nave de la
Tierra y su llegada al planeta lejano al que se dirigen, el ordenador de a
bordo mantiene crionizados,
congelados pero vivos, a los astronautas.
En Alien vemos también cómo
los imprudentes astronautas despiertan a su vez a un monstruo extraterrestre y
son infectados y asesinados por él. Puede
incluso tratarse de un microorganismo: una de las explicaciones de la llamada
Maldición de Tutankhamon es que las personas que excavaron la tumba de este rey
se infectaron con alguna bacteria u hongo que había permanecido miles de años en aquel
espacio subterráneo, esperando su oportunidad.
II.
LOS SIETE DURMIENTES DE ÉFESO
Un caso particular de estas
historias sobre personajes que duermen durante siglos es la leyenda de los
Siete Durmientes, que quizá tiene su origen en una lectura literal de las
palabras «durmió (en el Señor)», que aparecen en el Nuevo Testamento para
referirse a alguien que muere en santidad (así, san Esteban, el primer mártir,
en Hechos de los apóstoles 7:60: καὶ τοῦτο εἰπὼν ἐκοιμήθη).
Los siete protagonistas eran
unos jóvenes nobles de la corte del emperador romano Decio (que reinó en los
años 249-251). En un momento dado, Decio mandó perseguir y dar muerte a todos
los cristianos que se negaran a dar culto a los dioses paganos. Estos siete
jóvenes valientes entregaron todas sus riquezas a los pobres y se escondieron
en un monte cercano a la ciudad de Éfeso (en la actual Turquía). Allí vivieron
a salvo durante algún tiempo, alimentándose de las limosnas que uno de ellos,
Malco, recogía cuando bajaba a la ciudad disfrazado de mendigo. Pero el rey, decidido a localizarlos, envió a
sus hombres, que torturaron a los padres de los jóvenes hasta que confesaron la
ubicación de la cueva. Mientras, los siete rezaron a Dios pidiéndole fortaleza,
y cayeron en un profundo sueño. Cuando los esbirros de Decio encontraron la
caverna, sellaron la entrada con piedras, para asegurarse de que los
desobedientes murieran dentro de hambre y sed. Dos testigos de los hechos,
Teodoro y Rufino, escribieron lo que habían visto y guardaron su testimonio
entre las piedras de la entrada.
Pintura bizantina de los Siete Durmientes
Varios siglos después, el emperador
Teodosio II (401-450) estaba triste porque entre sus súbditos empezó a
extenderse la duda sobre la resurrección de los muertos que tendría lugar,
según las Escrituras, al final de los tiempos.
Para confirmar la fe en la resurrección de los cuerpos, Dios hizo que
los siete Durmientes despertaran, e hizo que un hombre de Éfeso tuviera la idea
de retirar las piedras que cegaban el
acceso a la cueva para construir allí un refugio para los rebaños. Los jóvenes
se saludaron al despertar, convencidos de que llevaban allí solo una noche.
Malco bajó a la ciudad y se quedó asombrado al ver que las gentes nombraban
abiertamente a Jesús y que las puertas de la ciudad estaban decoradas con
grandes cruces. «¡Ayer nadie se atrevía a mentar Su nombre, y hoy todos creen
en Él!».
Cuando Malco intentó pagar con las monedas
de la época de Decio, la gente de la ciudad creyó que las había descubierto en
algún tesoro enterrado. Lo llevaron ante el obispo y el procónsul, que le
acusaron de engaño. Pero Malco insistió en su testimonio y llevó a sus captores
a presencia de los otros seis Durmientes. El obispo encontró entonces el
manuscrito de Teodoro y Rufino, lo abrió y lo leyó ante los presentes. Todos se
maravillaron ante el milagro de los santos, cuyos rostros brillaban como el
sol.
El propio emperador acudió a Éfeso a conocer y abrazar a
los Durmientes, cuya presencia sirvió para devolver a los hombres la fe en la
Resurrección. Cumplida su misión, se echaron de nuevo a dormir en la cueva,
donde se construyó un magnífico santuario alrededor de los siete ataúdes
dorados. Según una leyenda medieval, más tarde sus cuerpos fueron trasladados a
la ciudad de Marsella en un gran
sepulcro de piedra, que aún se puede visitar en la iglesia de San Víctor de la
Galia.
La
leyenda aparece también en la sura (capítulo)
18 del Corán. Se cuenta allí que los
Durmientes (cuyo número no se precisa) durmieron durante 309 años, vigilados
por un perro con voz humana, Katmir (o Katrim), que ni durmió ni comió ni bebió
durante todo ese tiempo. Cuando despertaron, Katmir murió y subió al Paraíso.
Imagen islámica de los Siete Durmientes, con su perro en la esquina inferior derecha
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