viernes, 9 de noviembre de 2018

Club de Lectura: Neverland, Erewhon & Nowhere


A LA VUELTA DE CADA ESQUINA




Este mundo me aburre, vivo en el de al lado
que está un poco más ancho y aún deshabitado;
cuando mires a ningún sitio,
lo verás.

Neverland, Erewhon & Nowhere

        ¡Qué tres abogados para un caso! El litigio de estos tres ases de la ficción bien podría ser una causa célebre planteada por el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud: el Principio de Placer contra el Principio de Realidad.

        Sostiene, en breve, el Principio de Realidad que es inútil y contraproducente imaginar lo que no es posible y desear lo que no puede obtenerse; tanto por el tiempo y la energía que se pierden en ese empeño como por la más que probable confusión entre esos elementos soñados y los que forman la realidad. Lo imposible, cuando se desea, ocupa literalmente el lugar que corresponde a lo real y lo posible y no permite ni verlos ni, mucho menos, desearlos.

        Frente a estos argumentos del Principio de Realidad, los abogados del Principio de Placer citan, entre otros testigos, al anarquista ruso Mikhail Bakunin, que hace notar lo siguiente: que solo los que han pretendido lo imposible han cambiado en algo a mejor este mundo, y lo siguen cambiando; y a J.R.R. Tolkien, el autor de El señor de los Anillos, el cual, ante la acusación de que ha dedicado la mayor parte de su vida útil a perpetrar literatura escapista,  declara que, en efecto, ha obrado así y lo ha hecho a conciencia, convencido de que es la obligación de todo preso intentar escapar de su prisión, y, si es posible, llevarse algunos compañeros consigo.

        Más en concreto, el abogado Neverland (Nunca Jamás, en la traducción española) cita a su creador, James Barrie, que en el primer capítulo de Peter Pan y Wendy, describe de este modo cómo los niños generan cada uno su Nunca Jamás con la misma naturalidad con el corazón bombea la sangre:





         Como se ve, Barrie nos presenta Neverland como una parte indispensable de la psique infantil, formada a partir de una superposición entre experiencias reales y ciertas imágenes poderosas (simbólicas, arquetípicas) tomadas de las ficciones con que los adultos alimentan a los niños, que en la época de Barrie eran sobre todo de 3 tipos: la mitología clásica (de la que forman parte las sirenas y el dios Pan); las novelas de piratas (como la isla del tesoro) y las historias de indios y vaqueros (como El último mohicano).

        Vemos también que según Barrie cada mente infantil genera su propio Nunca Jamás, pero todos tienen un aire de familia que autoriza considerarlos como variantes de un único lugar (quizá Barrie siguiera en esto a Jung, el discípulo más despierto y peleón de Freud: el cual distinguía en el inconsciente una zona individual, distinta para cada uno, y otra zona común a cada tribu, y hasta común para todos los hombres: el inconsciente personal vs. el inconsciente colectivo).
        Tal como Barrie describe Nunca Jamás (territorio desde luego del Principio de Placer, donde vive todo lo que el niño ama y le interesa, y vive tal como a él le gustaria que viviera), podríamos pensar que se refiere al mundo de los sueños, del que Neverland sería solo un apodo. Pero no: como el narrador detalla, los niños también viven en Nunca Jamás mientras juegan durante el día a ser pìratas, bandidos o  hadas, convencidos pasajeramente de que lo que viven es cierto (lo que llaman los ingleses make believe: ¿vale que este tobogán es un barco y que yo soy el capitán? ¿Vale que vosotros sois los indios que queréis abordarlo?). Y toda la novela reposa sobre el supuesto de que es posible que alguien (concretamente Peter) rompa el velo que separa Nunca Jamás del mundo real e invada este último; y que, conducidos por Peter y con ayuda del polvo de hadas (Fairy dust) de Campanilla, es posible que Wendy y sus hermanos John y Michael abandonen Londres y se vayan volando a la isla encantada.

        En breve, pues, sostiene el abogado Neverland que la invasión de lo real por lo imaginario, más allá de ser deseable, es inevitable. Aquello que forma parte del orden natural de las cosas no necesita defensa y es irrelevante que cualquier ley o filosofía lo apruebe o condene. Pretender que la gente no imagine es como pretender que no se enamore, que no componga versos o que no construya templos en los que dar culto a sus amigos imaginarios favoritos.

        Lo imaginario, en fin, no puede ser aislado y descartado de lo real, del mismo modo que no puede tampoco librarse de ser considerado una provincia de lo real. Heráclito, al que nos asomamos en la sesión pasada, habla en uno de sus fragmentos de los durmientes y dice que también su dormir es un hecho que sucede en el mundo de los despiertos, y que por tanto son colaboradores (aunque sea por omisión) de ese mundo al que parecen no pertenecer. Esto es como afirmar que el preso escapista del que hablaba Tolkien no hace, al escarbar en los muros o en el suelo de la prisión galerías 'de escape', sino continuar a su manera con la construcción de la cárcel, enriqueciéndola con nuevos espacios que surgen de ella y la prolongan. Un pensamiento bastante deprimente, del que ya veremos si, a su vez, logramos escapar o no.

        En nuestra ayuda, acudirán en la próxima sesión los otros dos abogados del Principio de Placer: los hermanos gemelos Erewhon & Nowhere y su madre, la princesa griega Utopía.
       
       

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