En un rincón olvidado del altiplano, rodeado de lagunas y montañas silenciosas, crecía una flor que solo abría sus pétalos con la primera luz del sol. Nadie sabía cuándo apareció, pero los antiguos decían que había nacido del último suspiro de una estrella caída.
La flor, de colores cambiantes y aroma suave, solo florecía una vez al año, justo en el equinoccio de primavera. Los habitantes del pueblo cercano la llamaban la Flor del Amanecer, y creían que quien la viera abrirse sería bendecido con claridad de corazón durante todo un ciclo solar.
Durante siglos, cada año, al llegar el día, los más sabios subían el cerro en silencio. Llevaban ofrendas hechas de tierra, agua y fuego, y esperaban la primera luz sin pronunciar palabra. Era un momento sagrado, un puente entre lo humano y lo eterno.
Un año, la flor no se abrió. El cielo se nubló, el sol tardó en salir, y los ancianos bajaron del cerro con el alma inquieta. Algunos dijeron que la tierra estaba cerrada. Otros, que los humanos habían dejado de escuchar lo invisible.
Desde entonces, nadie ha vuelto a ver la flor florecer. Pero los niños aún suben, en silencio, y dejan pequeñas piedras brillantes a sus pies. Porque creen que algún día, cuando el mundo recuerde cómo vivir con humildad, la Flor del Amanecer volverá a abrirse ...y el cielo, por un instante, respirará junto a la tierra.
domingo, 11 de mayo de 2025
Concurso de leyendas: La Flor del Amanecer
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