El viajero y la maldición de Anubis
Un viajero que ama explorar por explorar sube una montaña rocosa llena de cráteres pequeños. Los hay de hielo y de oro fundido y los va esquivando muy rápidamente. En la cima divisa una pirámide con una piedra roja.
Es de noche y el viajero llega a la cima, donde hay un pequeño desierto de arena. En medio hay una tienda y fuera de ella un saco de dormir. Hace frío.
“Qué suerte he tenido, ya estaba cansado de explorar, seguiré mañana” —piensa el viajero.
Se mete en el saco y se duerme.
Ya ha amanecido y el viajero duerme a pierna suelta a pesar del calor. Se abre la tienda y aparece Anubis, el dios de los muertos. Mide más que una persona alta, va vestido de morado y tiene cabeza de chacal. El viajero despierta y se le encuentra enfrente.
—¿Qué haces aquí? Este es mi desierto y nadie puede dormir en mi tienda —dice un poco enfadado.
—Perdóneme, no lo sabía, sólo vengo de paso y ahora me voy —dice el hombre, incorporándose asustado.
—Tú no te vas a marchar. Yo te maldigo; nunca podrás abandonar este lugar.
Levanta un enorme báculo con una piedra azul y descarga un torrente de energía. El viajero se convierte en un fénix rojo, pero no está envuelto en llamas y es muy feo (o se siente así). Está agarrado a una columna con las patas y no puede moverse.
Tras permanecer varios años prisionero, cierto día otro viajero llega a la tienda. El dios le da la bienvenida y se mete dentro de la tienda, dejándole solo con el fénix, un ser que al otro viajero le parece muy curioso. Lo toca y el fénix empieza a arder y a desprender luz hasta que se transforma en hombre.
—Vámonos —dice el segundo viajero.
El viajero, liberado del hechizo, lo sigue. Nunca olvidará quién le ha devuelto la vida y la felicidad.
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