lunes, 18 de febrero de 2013

Robinson Crusoe


Algunas obras literarias llegan a ser tan populares a través de sus versiones cinematográficas o de otros medios, que uno tiene una idea aproximada sobre su contenido aunque no las haya leído. Tal es el caso, por ejemplo, de El Quijote, Drácula (de Bram Stoker) o Romeo y Julieta.
Sucede lo mismo con Robinson Crusoe, la obra más conocida de Daniel Defoe (1659-1731), publicada en 1719 y considerada a veces la primera novela inglesa (entiéndase: la primera novela moderna; recordemos que La muerte de Arturo de Thomas Malory, novela de caballerías, es de 1485). Del mismo modo que Drácula es el espejo de todos los vampiros, o Sherlock Holmes de los detectives, Robinson ha quedado en el imaginario colectivo como el náufrago por excelencia: un hombre mañoso  que sobrevive en un entorno hostil y reflexiona en su soledad sobre el sentido de la vida, la naturaleza y Dios.
Si echamos un vistazo a la trama de la obra, veremos que esta vez la idea popular sobre la misma coincide bastante con la realidad, aunque hay detalles interesantes que conviene rescatar y valorar.

Robinson Crusoe es un joven rebelde que a los 19 años se hace a la mar para escapar al futuro que sus padres le han diseñado: abogado. Una y otra vez, los barcos en que navega naufragan, pero el joven Robinson ama tanto el mar que no se lo tiene en cuenta. En una de sus singladuras, unos piratas marroquíes asaltan su nave y lo capturan: Robinson acaba en tierra, convertido en esclavo de un moro con el que no hace buenas migas. A la mínima oportunidad, escapa en un bote y consigue que lo recoja un barco portugués que se dirige a Brasil. Allí se convierte en dueño de una plantación, pero enseguida se aburre de su suerte y se hace otra vez a la mar en 1659, esta vez con un empeño políticamente incorrecto: capturar negros africanos para venderlos como esclavos en América.
El plan, que desagrada al lector moderno, tampoco convence a la Providencia: el barco se hunde y sus restos van a parar a una isla cercana a la desembocadura del río Orinoco, en Colombia. Como antaño los de Ulises, todos los compañeros de Robinson mueren. Él mismo no se encuentra muy bien: su primera iniciativa, además de poner a salvo las armas y herramientas que logra salvar del barco, es bautizar su nuevo hogar como la Isla de la Desesperación.
Sin embargo, el que desespera, espera. Crusoe excava una cueva y va montando en torno a ella una vivienda y almacén. Para no perder el sentido del tiempo, inventa un calendario: una cruz de madera en la que va haciendo una muesca cada día. Con paciencia, va desarrollando múltiples talentos y actividades: aprende a criar cabras, crear utensilios con barro, piedra y madera y hasta forma una familia rudimentaria, adoptando a un loro.
Le acompaña, también, un único libro: la Biblia. Con sus necesidades cubiertas por la naturaleza y su ingenio, Crusoe se da a la lectura y se descubre devoto de Dios, agradeciéndole la oportunidad que le ha dado para conocerse a sí mismo con toda la paciencia del mundo.
Su soledad, sin embargo, no es eterna. Un día, sin dejarse ver, sorprende a unos visitantes que acuden a la isla: se trata de unos indios que llevan prisioneros a otros indios, con no muy buenas intenciones: matarlos y comérselos. De primeras, Robinson juzga que los caníbales merecen la muerte, pero después le entran dudas: si no conocen la Revelación, probablemente no sepan que la antropofagia es un pecado grave. Puede que hasta la consideren una práctica sana y virtuosa.
Crusoe decide, eso sí, liberar al menos un prisionero, un indio al que llama Viernes por el día en que lo encontró, y al que formatea a su gusto: lo civiliza enseñándole la lengua inglesa y el cristianismo y disfruta del agradecimiento del salvaje, que es feliz cumpliendo todos sus deseos.
Tiempo después, los caníbales regresan a la isla a celebrar uno de sus banquetes. Robinson y Viernes logran matar a casi todos y liberan a dos prisioneros. Uno de ellos es el padre de Viernes y el otro un español, que les cuenta que hay más marineros españoles en el continente. Pronto tienen un plan: el padre de Viernes y el español volverán con los marineros, construirán un nuevo barco y pasarán por la isla a recoger a Robinson y Viernes.
Sin embargo, antes de que pase este barco aún por construir, llega otro: una nave inglesa cuya tripulación se ha amotinado. La idea de los insurrectos es abandonar al capitán en la isla, una práctica tan habitual que hasta tiene su propio verbo en inglés: maroon. Crusoe ayuda al capitán a recuperar el control de su barco. Al final, son los insurrectos,recalcitrantes los que acaban abandonados en la isla, aunque Robinson les da unas clases sobre cómo apañárselas y les asegura que tendrán visita en breve.
Ya en Inglaterra, a la que llega en el verano de 1687, Crusoe consigue cobrar las rentas de su plantación brasileña y se convierte en un potentado. Decidido a no viajar más por mar, su última aventura tiene lugar en las montañas: él y su fiel Viernes cruzan los Pirineos y logran poner en fuga a una manada de lobos hambrientos.

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