viernes, 13 de diciembre de 2013
Concurso de sueños: El hada Albondiguita
Una vez soñé que era una niña con alas y del tamaño de Campanilla (un hada que mide como una mano). Estaba volando sobre una gran isla cuyos habitantes eran peces que solo sobrevivían con el calor; el coche en el que yo volaba era una gran merluza mágica u nuestro objetivo era salvar a un caracol marino que los peces habían secuestrado.
Yo me llamaba Albondiguita como apodo entre las demás hadas de mi pueblo y estaba a prueba de si un hada gordita podría pasar todo lo que pasaría un hada normal.
En mi aventura llevaba un bolso lleno de patatas fritas de bolsa, ya que eran demasiado finas y las podía usar como flechas. También llevaba una coca-cola para sembrar el pánico con su espuma y por último unos escalofríos de gominolas que utilizaría como bombas para que se asustasen y me diesen a su presa a cambio de que les dejase en paz.
Cuando empecé la aventura nadie confió en mí menos un gran caracol de aire que me dio toda la baba que llevaba guardada para engrasar a Merlucita. Como ves, me llamaban Albondiguita por mi gran imaginación con la comida, ya que me pasaba los días enteros comiendo como actividad de ocio y durmiendo como ejercicio para bajar la comida.
Salí de mi pueblo cargada con mis armas y llevaba a Merlucita bien engrasada cuando horas después divisaba la isla Del Pescado Frio, que es como se llamaba. Empecé con mis planes de ataque como lo tenía pensado, pero para sorpresa mía los habitantes de esa isla se comían las cosas tal y como yo las iba utilizando, agobiada por la situación decidí rendirme y regresar a mi pueblo, pero en ese momento los habitantes de la isla Del Pescado Frito me llamaron y me dijeron que nadie les había hecho una fiesta tan divertida y que a cambio de ello me regalarían lo que mis vecinas habían robado. ¿Qué sería?, me preguntaba una y otra vez, y justo entonces me devolvieron a mi amigo el caracol marino.
Cuando regresé a mi pueblo, todas las hadas se quedaron impresionadas, ya que pensaban que lo que haría antes de llegar a la isla Del Pescado Frito sería comerme todo lo que llevaba por armas, pero se equivocaron y al verme se pusieron tan rabiosas que empezaron a ponerse de mil colores y yo les dije que eran envidiosas y... justo entonces me llamó mi mamá, pero creo que habría sido un gran final.
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El conflicto entre la oferta tentadora de la llamada comida basura y la exigencia de un cuerpo delgado (que no necesariamente sano) es una lucha entre dos fuerzas igualmente inhumanas de la que no siempre salimos ilesos. Una quiere que nos atiborremos de todo (llenándoles de paso la caja); la otra nos vende unos productos (la ropa de ciertas tallas) que solo los ascetas de 'la línea' podrán llevar con orgullo, como marca de su estatus superior. Lo cierto es que las dos ofertas son un timo: ni tiene sentido cebarse cual cerdo para la matanza (¿de Texas?) ni lo tiene mortificarnos como si, al modo medieval, el cuerpo fuera un enemigo del alma al que es necesario mantener siempre sometido e insatisfecho. Algo de todo esto parece sobrevolar el sueño, en el que el hada protagonista utiliza la comida como un arma literalmente arrojadiza para conseguir lo que quiere, pero vive atemorizada por el rechazo de las otras hadas, que la consideran gorda y, por ello, incapaz. Y quien dice hada dice princesa: se trata de encajar o no en un ideal femenino que se convierte fácilmente en una pesada cárcel. La protagonista se revuelve (y hace bien) contra él —aunque el sueño se interrumpe sin que sepamos cómo se resuelve el conflicto.
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