viernes, 21 de noviembre de 2025

Concurso gótico. Relato 14. La casa del acantilado

 

El viento soplaba con fuerza cuando Elena apagó el coche frente a la verja oxidada. Había manejado durante horas por caminos olvidados. Aquella casa no salía en ningún mapa, pero la encontró por casualidad, buscando su apellido en un libro de herencia antigua.

Según los papeles, la propiedad pertenecía a una tal Isabel Cárdenas, muerta desde hace más de 60 años sin dejar herederos. Pero días antes, Elena había recibido una carta escrita a mano sin nombre, donde decía que ella era la única heredera.

El sol se estaba poniendo cuando empujó la verja, la puerta sonó con un sonido desagradable, la casa se veía enorme, llena de musgos, con ventanales rotos mirando al mar. A cada paso, Elena sentía algo raro, como si la casa se observaba en silencio.

Dentro, el aire olía a polvo y humedad. El suelo de madera crujía con cada movimiento. En la habitación había un espejo roto, encima de la mesa un cuadro de una mujer, la mujer tenía la misma cara que ella, la misma piel, el mismo pelo, incluso la misma mirada.

En la parte inferior del cuadro se podía leer: “Isabel Cárdenas, 1892-?”, no había fecha de muerte.

Los días pasaron lentos, no había señas de teléfono ni internet, el ruido del mar era el único que rompía el silencio. Elena empezó a leer cada papel, carta,... que encontraba de Isabel. En uno de ellos ponía: Hay algo en esta casa que me escucha, no lo veo, pero que me está esperando.

Esa noche, Elena soñó con el cuadro, esa mujer movía los labios y sonreía como ella. Al despertarse, el cuadro estaba en el suelo, con huellas de pies que se perdían por el camino.

Con los días empezaron los momentos extraños, a veces su reflejo tardaba 2 segundos más en moverse. El reloj del pasillo sonaba como cuando ella estaba lejos. Y algunas noches el piano del salón tocaba solo.


Una tarde de tormenta bajó al sótano y vio una puerta cerrada con candado, la forzó y entró había muchos espejos tapados por sabanas, levantó uno, no hacía lo mismo que ella, le miraba fijo sin parpadear.


No debiste venir dijo una voz desde el espejo.


Elena dio un paso atrás aterrada. En el suelo había un cuaderno. Lo abrió y leyó la última página: Cuando el mar reclame lo que es suyo, el nombre de Isabel volverá a respirar.


El viento chocó contra la casa, los espejos se rompieron de golpe. Desde arriba se escucharon tres notas de piano, una y otra vez. Subió corriendo las escaleras. Los pasillos parecían distintos, más largos. Cuando llegó allí, el cuadro estaba en el suelo frente al espejo, su reflejo sonreía.

Elena golpeó el cristal, hasta que una mano pálida salió de allí, Elena intentó salir de allí pero el viento se lo impidió. Su reflejo la miró triste y calmado:

Ya no hay dos y la mano la agarró del cuello.

Dicen que cuando sopla el viento, se escucha un piano tocando tres notas y a una mujer cantando muy bajito, como si intentara recordar quién es.

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