El viento soplaba
con fuerza cuando Elena apagó el coche frente a la verja oxidada. Había manejado durante horas por caminos
olvidados. Aquella casa no salía en ningún mapa, pero la encontró por casualidad, buscando
su apellido en un libro de herencia antigua.
Según los papeles, la propiedad pertenecía a una tal
Isabel Cárdenas, muerta desde hace más de 60 años sin dejar herederos. Pero
días antes, Elena había recibido una carta
escrita a mano
sin nombre, donde
decía que ella era la única heredera.
El sol se estaba poniendo cuando empujó la verja, la puerta sonó con un sonido desagradable, la casa se veía
enorme, llena de musgos, con ventanales rotos
mirando al mar. A cada paso, Elena sentía algo raro, como si la casa se observaba
en silencio.
Dentro,
el aire olía a polvo y humedad. El suelo de madera crujía con cada movimiento. En la habitación había un espejo
roto, encima de la mesa
un cuadro de una mujer, la mujer tenía
la misma cara que ella, la misma piel, el mismo pelo, incluso la misma mirada.
En la parte inferior
del cuadro se podía leer: “Isabel Cárdenas, 1892-?”, no había fecha de muerte.
Los días pasaron
lentos, no había señas de teléfono ni internet, el ruido del mar era el único
que rompía el silencio. Elena
empezó a leer cada papel, carta,...
que encontraba de Isabel. En uno de ellos ponía: Hay algo en esta casa que me escucha, no lo veo, pero sé que me está esperando.
Esa noche, Elena soñó con el cuadro,
esa mujer movía los labios y sonreía
como ella. Al despertarse, el cuadro estaba en el suelo, con huellas de pies que se perdían
por el camino.
Con los
días empezaron los momentos
extraños, a veces su reflejo tardaba 2 segundos más en moverse.
El reloj del pasillo sonaba como cuando
ella estaba lejos. Y algunas noches el piano del salón tocaba solo.
Una tarde de tormenta bajó al sótano y vio una puerta cerrada con candado, la forzó y entró había muchos espejos tapados por sabanas, levantó uno, no hacía lo mismo que ella, le miraba fijo sin parpadear.
—No debiste venir —dijo una voz desde el espejo.
Elena dio un paso atrás aterrada. En el suelo había un cuaderno. Lo abrió y leyó la última página: Cuando el mar reclame lo que es suyo, el nombre de Isabel volverá a respirar.
El viento
chocó contra la casa, los espejos se rompieron de golpe. Desde arriba se escucharon tres notas de piano, una y otra vez. Subió corriendo las escaleras.
Los pasillos parecían distintos, más largos. Cuando llegó allí, el cuadro estaba en el suelo frente al espejo, su
reflejo sonreía.
Elena golpeó el cristal, hasta que una mano pálida salió de allí, Elena intentó salir de allí pero el viento se lo impidió. Su reflejo la miró triste y calmado:
—Ya no hay dos —y la mano la agarró del cuello.
Dicen que cuando sopla el viento,
se escucha un piano tocando tres notas y a una mujer cantando
muy bajito, como si intentara recordar quién es.
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