Me hallaba escondido dentro de un armario en el sótano de mi casa, asustado, viendo por una pequeña rendija cómo alguien se me estaba acercando lentamente, sin ninguna opción de escapar. Ese era mi fin. Me mataría y mi hermano se quedaría solo para siempre. No sabía qué hacer. Tenía que actuar ya. Pero, ¿cómo he llegado hasta aquí?
Mi nombre es Lucas, y cuando ocurrió esta historia tenía 19 años y vivía en un pequeño pueblo llamado Frías, el cual está situado en las Merindades de Burgos. Bueno, más que pueblo es una pequeña ciudad. “La ciudad más pequeña de toda España”, como la llaman por la zona. Es un lugar muy tranquilo, donde en los 10 años que estuve viviendo allí con mi familia nunca pasó nada raro, ni un pequeño hurto, ni un graffiti, nada.
Vivía con mi hermano mayor en una pequeña casa en la entrada del municipio, con un pequeño jardín y un sótano donde se encontraba lo básico: la caldera, el cuadro de luz, unos armarios para guardar cosas que no utilizásemos,... Nuestros padres murieron un par de años atrás en un accidente de coche de camino a comprar a Burgos capital algo de comida para la semana. Un camionero entró en la autovía sin mirar y se los llevó por delante.
Pasamos unos meses muy malos mi hermano y yo tras el accidente, pero tuvimos que seguir adelante y cambiar nuestras vidas por completo. Mi hermano trabajaba en un bar como camarero y yo, que al acabar el bachillerato iba a ir a estudiar a la universidad, acabé estudiando una FP de hostelería. Nuestro objetivo era abrir juntos un restaurante en el pueblo de donde pudiésemos sacar dinero para vivir tranquilos los dos. Por ello estábamos muy enfocados en la cocina. Nos pasábamos las tardes que mi hermano no trabajaba cocinando en casa y planeando cómo sería nuestro restaurante. Teníamos la cocina llena de utensilios de cocina: espátulas, sartenes de todos los tamaños, cuchillos...
Una noche que no podía dormir, estaba en la cocina preparando un risotto de verduras para matar el tiempo. Llevaba diez minutos cociendo arroz cuando, de repente, escuché abrirse la puerta de la entrada. Me acerqué a saludar a mi hermano, pero ahí no había nadie. Cerré la puerta y volví a lo mio. Cinco minutos después ocurrió lo mismo, pero esta vez la puerta dio un portazo. El golpe me hizo dar un bote hacia atrás. Me acerqué de nuevo y lo mismo, no había nadie en la entrada. Cerré la puerta, esta vez con llave, y una vez más volví a la cocina. Seguí preparando el risotto cuando de repente la luz se fue de toda la casa. Me asomé a la puerta y estaba abierta de par en par otra vez. Quien fuese debió de abrirla con mucho más cuidado que las otras veces. Yo creía que habría sido mi hermano intentando gastarme una broma. Le dije que no tenía gracia y que volviese a dar la luz. No hubo respuesta. Volví a decírselo, esta vez gritando, pero nada, sin respuesta.
Fue entonces cuando me di cuenta que ahí estaba ocurriendo algo raro. Cogí un cuchillo y una linterna que tenía guardada en un cajón de la cocina y di una vuelta por la casa. No había nadie. Ni en las habitaciones, ni en el baño, incluso miré fuera en el jardín por si hubiese algún coche o algo, pero nada. Solo me quedaba un lugar por mirar, el sótano. Llevaba dos años sin bajar, desde que murieron mis padres. Todas sus cosas las había bajado mi hermano porque yo no fui capaz de hacerlo, no tuve la fuerza suficiente para despedirme de ellos de esa manera.
Cogí aire, agarre el cuchillo y me dirigí hacia las escaleras. No quería hacer uso del cuchillo, de hecho no iba a poder hacerlo, sabía que me iba a ser imposible atacar a nadie, pero yo lo llevé para intimidar a quien me encontrase. Empecé a bajar las escaleras, lentamente, mirando a mi alrededor. Todo seguía tal como lo recordaba, con un poco más de polvo pero igual, a excepción de un montón de bolsas que había en una esquina, las cosas de mis padres. Eché un vistazo y no había nadie. Ni en el armario, ni debajo de las escaleras, en ningún lado. Fui al cuadro de la luz y vi que uno de los interruptores estaba bajado. La luz no había saltado, sino que alguien la había cortado. Activé el interruptor y encendí la luz del sótano. Ahora podía ver todo con más claridad.
De repente, detrás del montón de las cosas de mis padres vi una silueta de una persona alta, con una capucha negra y de pie dándome la espalda. Lentamente empezó a girarse hacia mí. Al percatarme, salí corriendo a esconderme en algún lugar. Abrí sigilosamente el armario y entré intentando no hacer ruido. Sin embargo, una caja cayó de la parte alta del armario. Rápidamente cerré la puerta esperando que el individuo no lo hubiese escuchado. Pero entonces ahí estaba, enfrente del armario a unos 4 metros, dirigiéndose directamente hacia mí. Fue entonces cuando me di cuenta, tenía en su mano derecha algo que parecía un cuchillo. Venía directo hacia mí con intención de matarme. Tenía que hacer algo o sino moriría y mi hermano perdería a la única persona que le quedaría. Tenía que actuar ya. Entonces me acordé de lo que tenía en mi mano derecha, yo también tenía un cuchillo. Era él o yo. O le mataba o me mataba. Entonces respiré hondo y, con todas mis fuerzas, abrí el armario y salté sobre el intruso directo a clavarle el cuchillo en el cuello. Lo conseguí, había acabado con la persona que había entrado en mi casa. Este se desplomó en el suelo y empezó a sangrar. Me agaché para quitarle la capucha y entonces lo que vi no me gustó nada. Acababa de matar a mi hermano, la única persona que quedaba que me quisiese estaba agonizando delante mía.
Supongo que estaría intentando gastarme una broma como yo pensé en un primer instante, pero yo no me di cuenta de que era él a la hora de abalanzarme sobre él con el cuchillo. No me lo podía creer. No sabía qué hacer. Con las fuerzas que le quedaban me agarró la mano y me dijo:
—Lucas, yo siempre cuidaré de ti. Sin rencores, ¿vale?
Esas últimas palabras acabaron conmigo. Ahí mismo mi hermano dejó de respirar, su corazón dejó de latir y mi mente colapsó. Salí corriendo de casa a algún lugar donde no hubiese nadie, quería estar solo. No quería relacionarme con nadie nunca más en la vida. ¿Cómo pudo ocurrir algo así si vivíamos en un lugar donde nunca pasa nada? Ya lo dice todo el mundo: No pasa nada, hasta que pasa.
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