Eran casi las tres de la madrugada cuando Carla con el sonido del teléfono fijo contestó medio dormida:
—¿Hola?
Del otro lado, una voz infantil susurró:
—Mami, ¿puedo entrar a tu cuarto?
Carla se pensó que eran unos niños molestando y colgó, pero enseguida el teléfono comenzó a sonar de nuevo. Esta vez, la voz sonaba más cerca:
—Mamiii, estoy enfrente de tu puerta.
Carla miró hacia el pasillo oscuro. La puerta estaba entreabierta y algo pequeño se movía detrás. Como una sombra sonriendo. Se volvió a dormir y cuando despertó sobre las tres y media de la madrugada cogió el teléfono y se escuchó un susurro que decía Mamá, estoy enfrente.
El teléfono cayó de su mano. Antes de desmayarse, escuchó el susurro final junto a su oído:
—Gracias por contestar, mami.
Despertó, pero en el hospital ella lo recordaba todo y no quería volver a esa casa. Unos meses después, le dieron el alta y aunque no quería, tuvo que volver. Todo iba bien hasta que llegó la noche. Hacía mucho frío y se levantó a por un pijama de pelo y escuchó una voz:
—Mami, yo también tengo frío.
Ella pegó un grito y fue corriendo a su cuarto.
—Mami, no te vayas.
Ella notó que la voz era como la de su hija, que murió hacía cinco años. Justo el 3 de diciembre cada año se escuchaba a la misma niña. Y nadie se podía librar de ella.
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