Nadie sabía qué había más allá del sendero
que cruzaba el bosque de Liria. Los viejos del pueblo decían que, al caer la
niebla, el bosque hablaba. Algunos juraban haber escuchado su nombre entre los
árboles. Otros, más valientes o más tontos, nunca regresaron para contarlo.
Clara entró al bosque al anochecer. Llevaba
una linterna vieja, una foto de su hermano desaparecido y un miedo que le
mordía los talones. Las ramas se entrelazaban como dedos, y cada paso que daba
crujía como si algo bajo la tierra se moviese.
—Solo un poco más —susurró, aunque no sabía
si para darse valor o para convencer a las sombras de que no la siguieran.
De pronto, escuchó el llanto de un niño. Su
corazón se detuvo. Era la voz de su hermano… o algo que la imitaba. La linterna
parpadeó, y por un instante, vio figuras: cuerpos de ramas, bocas hechas de
hojas secas, ojos vacíos que brillaban con la Luna. El bosque respiraba.
—Devuélvemelo… —susurró una voz detrás de
su oído.
Clara corrió. El llanto se convirtió en
gritos, los árboles parecían moverse para cerrarle el paso. Tropezó, cayó y la
foto voló de sus manos, flotando hasta caer en un pequeño claro. Y allí, entre
la bruma, vio una luz. No era la de su linterna. Era suave, cálida, dorada. En
el centro, su hermano, con los ojos tranquilos:
—No tengas miedo, Clara. El bosque solo
quiere que lo escuches —dijo él.
Las raíces a su alrededor se movieron
lentamente, y en lugar de atraparla, la rodearon como si la abrazaran. El frío
se disipó. El aire olía a lluvia limpia, a tierra viva. Clara extendió la mano;
su hermano sonrió antes de desvanecerse en una lluvia de pétalos luminosos.
Cuando despertó, el sol estaba saliendo. El
bosque ya no parecía un monstruo, sino un refugio. Los pájaros cantaban, y en
el suelo, junto a ella, había una pequeña flor blanca brotando entre las hojas
secas.
Clara sonrió, sabiendo que el bosque no se
había llevado a su hermano… lo había transformado en su guardián.
Y desde entonces, cuando la niebla cae
sobre Liria, el bosque no susurra para asustar, sino para recordar que incluso
en la oscuridad hay voces que solo quieren ser escuchadas.
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